Quine y el intento neopositivista de superación de la metafísica
Lorenzo Peña
La particularidad del ataque neopositivista contra la metafísica estribó en que lo que se iba a reprochar ahora a la metafísica no sería la inconocibilidad de la verdad o falsedad de las tesis de una u otra teoría metafísica, sino la falta de sentido. De hecho el plan destructivo del neopositivismo no se limitó únicamente a la metafísica propiamente dicha, sino que se extendió también a la teoría del conocimiento. Los neopositivistas y empiristas lógicos pusieron empeño en sostener que carecían de sentido las grandes opciones gnoseológicas, realismo o idealismo, con lo cual debatir sobre ellas sería una pura logomaquia. Sin embargo no parece nada implausible la sospecha de que, por debajo de la neutralidad superficial que conllevaría esa denegación de sentido tanto a una tesis gnoseológica cuanto a la negación de la misma, los neopositivistas en el fondo estaban defendiendo una de las dos posturas, el idealismo. Porque si, como aserto «metafísico», carecía de significado decir que no existe mundo exterior al cúmulo de datos sensoriales u otras representaciones mentales que se quiera aceptar, en cambio, por un principio de economía --que constituiría un postulado o desideratum metodológico--, sería preferible la opción por una teoría que hablara sólo de tales representaciones y no de cosas externas. Pero esa opción, según los neopositivistas, no conllevaría ningún compromiso metafísico.

Quine demostró que no era así. Aparte de cualesquiera otras críticas que se hayan dirigido o que quepa dirigir al verificacionismo --de los neopositivistas o de otros filósofos--, el análisis quineano del cuantificador existencial revela cómo cualquiera que profiera un aserto que empiece con la palabra `Hay' está menesteroso, para que sea verdadera la teoría que esté él proponiendo --y tal que el aserto en cuestión forme parte de ese su proponer dicha teoría--, de que en el mundo haya entes con la característica que se indique en el aserto. Siendo ello así, resulta que no cabe ya evadirse de las alternativas metafísicas, puesto que, por el principio de tercio excluso, para cada predicado «φ», o bien hay entes x tales que es verdad que φx, o bien no es verdad. Si la teoría de uno, en aras de satisfacer el postulado de economía, acarrea la consecuencia de que todo ente es una representación mental o un conjunto de representaciones, entonces conlleva la conclusión de que no hay entes que no sean así. Aunque en su alegato al respecto Quine no insistió más que en lo que cabría llamar el `compromiso existencial positivo' (comprometerse a que existan entes así o asá para que sea verdad la teoría de uno), está claramente implícita en su argumentación la sugerencia de que la negación de un enunciado existencial es tan poco neutral como la afirmación del mismo. Por consiguiente, una teoría que encierre la conclusión, al título que sea, de que todo es así o asá conlleva un compromiso tan metafísico como lo pueda ser el aserto de que hay entes que no son así o asá.

Carnap se dio cuenta perfectamente del peligro que ello hacía correr a todos los denodados esfuerzos de los neopositivistas, incluido él mismo, de proscribir la metafísica. De ser certero el argumento de Quine, la reconstrucción «lógica» del mundo que él había propuesto sería una teoría tan metafísica como la que más, con una metafísica idealista por más señas. Para apartar ese peligro contraatacó con su distingo entre cuestiones internas y cuestiones externas. Dentro de una teoría, de un marco conceptual, los asertos no universales sí tienen contenido empírico y son sobre el «mundo», comoquiera que se tome éste. Pero no así los asertos universales de la teoría, que son meras convenciones lingüísticas. Básase tal dicotomía en la dualidad entre los enunciados analíticos y los sintéticos, cuya refutación por Quine completa la obra quineana --en esa fase de su pensamiento filosófico-- de quebrantamiento desde dentro del ataque antimetafísico de los neopositivistas.


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