Estudios Republicanos:
Contribución a la filosofía política y jurídica
por Lorenzo Peña
Publicador: Plaza y Valdés
ISBN: 978-84-96780-53-8

Capítulo 13.-- La deuda histórica del Norte con el Sur del Planeta
Sumario
  1. Resarcir a las víctimas de la esclavización colonial
  2. La significación histórica de la conferencia de Durbán
  3. Recordar la historia
  4. El daño de la descolonización
  5. El deber de pagar indemnización por daños
  6. Refutación de las objeciones
  7. Alternativas: Impuesto Tobin y otras hierbas
  8. Más sobre el Impuesto Tobin
  9. Conclusión

§0.-- Resarcir a las víctimas de la esclavización colonial

La conferencia de Durbán de septiembre de 2001 puso sobre el tapete una demanda que ya había formulado, años antes, el político democrático nigeriano, Moshú Abiola:NOTA 1 el derecho de los pueblos del sur, que fueron víctimas de la esclavización y la colonización que les infligieron los países noratlánticos, a obtener una compensación económica por los daños sufridos. Esa idea ha irrumpido con fuerza, constituyendo el eje del problema de las relaciones entre el norte y el sur. Frente a esa propuesta, hay otras que objetivamente pueden presentarse como alternativas. Voy a examinarlas en este capítulo.

La noción jurídica de responsabilidad por daños nos viene del derecho romano. Consiste en que, al margen de cualquier vínculo contractual entre dos --o más-- personas (individuales o colectivas), cuando la una realiza una acción u omisión que causa un daño a la otra, queda obligada a reparar el daño causado --salvo si el nexo causal tuvo lugar por caso fortuito o fuerza mayor.

No concurriendo una circunstancia de caso fortuito o de fuerza mayor, el causante del daño podía prever el resultado causal y podía evitarlo absteniéndose de la acción (u omisión). Si no lo previó o no lo previno es porque, o bien actuó con mala fe, o, si no, incurrió en descuido, imprudencia o negligencia (tres palabras para expresar aproximadamente el mismo concepto). Ahora bien, la convivencia social nos impone, naturalmente, una conducta cuidadosa.

El fundamento de la norma de responsabilidad por daños es un principio de lógica jurídica, a saber: el de la causa ilícita, según el cual los hechos con consecuencias causales ilícitas son ilícitos (o, dicho de otro modo, si un hecho es lícito, sus consecuencias causales también lo son).

La reparación consiste es reponer, hasta donde se pueda, las cosas como estaban. Sin embargo, la clave de la reparación estriba en que se puede reponer muy poco. Los hechos dañinos suelen ser irreparables. O sea, reparación en sentido estricto, restitución (la restitutio in integrum del derecho romano), no es posible casi nunca; y, cuando sea posible, no siempre es justa.

Normalmente la reparación de lo irreparable se traduce en la compensación, o sea en colocar al perjudicado en una situación ventajosa en algunos aspectos que contrarreste o atenúe el mal sufrido; y, si no a la víctima, a sus herederos --por cuanto los herederos de una persona continúan de algún modo su personalidad y están indirectamente perjudicados por lo que haya causado un perjuicio al difunto de quien han heredado. (A veces esa compensación es una mera consolación.)

En la práctica de las sociedades humanas, esa compensación suele plasmarse en la indemnización, por el daño y por el perjuicio, o sea: no sólo por el detrimento que sufre la persona agraviada --como resultado causal directo de la acción ilícita--, sino también por los efectos indirectos, que pueden estribar en daño emergente o en lucro cesante, y que consisten en todo el cúmulo de desventajas en que queda situada la víctima de los hechos con relación a cómo habría estado sin la realización de tales hechos.

Quien está obligado al pago es el causante, o sea quien ha realizado un hecho ilícito (que lo es por haber sido efectuado con malicia o con descuido, culpa o negligencia).

¿Por qué el causante? Pueden ofrecerse varias explicaciones. Una sería el principio de igualdad o equidad: la relación causal ha constituido una micro-sociedad integrada por el agente, el que realiza los hechos culposos, y por la persona que sufre sus consecuencias; se ha quebrantado con la acción la igualdad entre ellos; y se restablece con la indemnización (en la medida de lo posible). Otra explicación sería un principio de reciprocidad: cada uno está ligado a la sociedad por un vínculo sinalagmático en virtud del cual, así como nos beneficiamos del bien común colectivo, contribuimos a él, entre otras cosas abonando la reparación de los daños que hayamos causado, cuando haya intervenido por nuestra parte una dosis de descuido o malicia.

Todos éstos son preceptos de derecho civil. Aquí dejamos de lado el derecho penal, que responde a una motivación de defensa de la sociedad frente a conductas graves que constituyen un fuerte peligro para la convivencia. El derecho penal es una ultima ratio, un último recurso, que obedece a principios restrictivos: tipicidad, prescripción, fuerte presunción de inocencia y otros similares.

La aplicación del derecho penal conduce al castigo, que es una situación infligida al delincuente que vulnera sus derechos fundamentales a la honra y a la libertad (al menos en muchos casos). Hoy existe la equivocada tendencia a querer solventar todos los problemas sociales a golpes del Código Penal. Sin embargo, una visión más ponderada nos lleva a arrinconar lo más posible el recurso al derecho penal. En esa óptica se ubica mi planteamiento de esta cuestión, que quiere discurrir por la senda de los principios del derecho civil. ¡Olvidemos la venganza y abandonemos el afán de castigar! ¡Pensemos en reparar!

§1.-- La significación histórica de la conferencia de Durbán

Eclipsada en la atención mediática por los acontecimientos del 11 de septiembre --que se produjeron días después--, casi pasó desapercibida la conferencia mundial contra la discriminación racial, celebrada en Durbán (República Surafricana) a comienzos de septiembre de 2001.

La conferencia de Durbán fue resultado de muchos decenios de trabajo y reflexión. Marcó un hito en la historia. Por vez primera se expusieron en toda su crudeza y en su alcance, en una tribuna planetaria, los hechos del racismo, de la colonización y de la supremacía blanca. Por vez primera se planteó, en un foro de toda la humanidad (y auspiciado por lo que --con sus vicios-- es, a trancas y barrancas, un embrión de Estado mundial, o sea las Naciones Unidas), la cuestión de los daños infligidos durante siglos a los pueblos del sur y de la necesidad de repararlos, dada la imprescriptibilidad de la deuda contraída por daños inmensos cuyos efectos perdurarán todavía durante muchos siglos, incluso si se lleva a cabo la reparación.

Al abandonar la conferencia, ciertos Estados ricos mostraron su desdén por la opinión de las gentes del sur, su adhesión a la supremacía blanca, su indiferencia al sufrimiento humano, su impermeabilidad, su voluntad de no entrar a discutir aportando al debate sus propios argumentos.

Quienes, en cambio, aguantando el chaparrón, combinaron argumentación con diplomacia, consiguieron diluir los más graves problemas de la discriminación racial y de la supremacía mundial de la raza blanca en un océano de cuestiones varias, como las discriminaciones de casta, las tribales, las situaciones de trabajo no-voluntario, que perviven efectivamente en países del sur. Siendo cierta esa pervivencia, no cabe olvidar que tales prácticas no han surgido con la independencia de los países del sur, sino que se mantuvieron bajo la colonización, porque entonces servían de instrumentos para la supremacía del colonizador. Por otro lado hay que entender que los países recién independizados no tenían recursos para acabar, de la noche a la mañana, con tales injusticias --aparte, claro, de que también hay fuertes intereses locales basados en esos privilegios.

La importancia de esas situaciones para el conjunto de la humanidad es probablemente limitada, al paso que tiene unas consecuencias dolorosísimas para nuestra especie la supremacía de la raza blanca durante medio milenio, que aún perdura.

La importancia de Durbán no estriba en las resoluciones, sino en el ambiente que allí se vivió y en lo que transcendió.

§2.-- Recordar la historia

Los libros de historia que aprenden los escolares de los países del norte edulcoran la subyugación de las razas no europeas por el grupo étnico presuntamente blanco a lo largo del último medio milenio. Pasan de puntillas sobre las actuaciones más graves, despachándolas con medias palabras. De lo cual resulta que mucha gente --y no de la más ignorante-- sólo tiene de lo que ha sucedido una idea vaga --y generalmente dulcificada--, desconociendo casi siempre las consecuencias causales de esos hechos, tendiendo a pensar que pertenecen a un pretérito remoto, a un pasado que se disuelve imaginariamente en la noche de los tiempos.

Hace unos años visité, en La Rochelle, el museo de Ultramar, en el cual se exhiben testimonios sobre la trata negrera y la esclavitud impuesta en las Antillas. Un distinguido colega, políglota, de amplísima cultura, profesor de Universidad, descubrió ahí por primera vez que hubiera existido la trata de negros, y que los europeos hubieran esclavizado a los africanos. Saqué la impresión de que no se lo creyó del todo (al fin y al cabo, los guías de museos no son infalibles).

Al desconocimiento de lo que fue la esclavización concurre también la exageración, que naturalmente es un arma favorita de los medios de comunicación. Cuando alguien trabaja hoy en condiciones penosas, se dice que lo hace como esclavo, o en semi-esclavitud. (Muy a menudo se califica así la situación laboral de los inmigrantes, como argumento para sugerir que, por su propio bien, habría que no dejarles venir.)

Eso da una idea totalmente falsa de lo que fueron la esclavitud real y el pasaje en los buques negreros: bozal, cadenas, grilletes, cepo, carcán al cuello, campanillas, látigo, durísimos castigos corporales.NOTA 2

Gracias al tráfico de mano de obra esclava y a los rendimientos laborales no remunerados en las haciendas se hicieron grandes fortunas que no han dejado de tener continuidad hasta hoy. Así se enriquecieron las compañías navieras y de seguros, los plantadores de caña, café, cacao y algodón, los grandes mercaderes, los fabricantes de hilados así como las dinastías entonces reinantes --algunas de las cuales siguen siéndolo hoy.

También se tiene una idea deformada del sistema colonial.NOTA 3 Mucha gente ignora que la colonización de África --en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX--, lejos de establecerse por las buenas, se implantó mediante guerras atroces.

Un ejemplo extremo de la crueldad de la conquista colonial de África a fines del siglo XIX y comienzos del XX lo constituye el Congo, donde la monarquía belga restableció una trata de esclavos con otro nombre. Los historiadores Michael Tidy & Donald Leeming dicen:NOTA 4 «Cualquier europeo administraba a los africanos aquellos castigos corporales que le daba la gana».NOTA 5

El fundamento invocado para sujetar al duro régimen colonial a cientos de millones de seres humanos no fue otro que su condición de «salvajes», un eufemismo para referirse al color de su piel (si bien la casta privilegiada local quedó exenta cuando colaboraba con los conquistadores europeos).

A esos pueblos, sobre todo a los de África, se los sometió durante decenios a un trato inicuo; se acudió a castigos colectivos, e incluso al pillaje, el incendio, a la caza del hombre; se los enroló --frecuentemente a la fuerza-- en los ejércitos de las potencias colonizadoras y se los hizo combatir y morir por millares en condiciones muy duras y por una causa ajena, sin concederles el reconocimiento que merecía su sacrificio.NOTA 6

Siendo probablemente falsa la teoría económica de que la prosperidad en los países desarrollados proviene preponderantemente de la explotación de los del sur, lo seguro es que históricamente algo de eso sucedió (por lo menos en medida no desdeñable, aunque imposible de cuantificar), y que las consecuencias de todo eso son la pobreza extrema, la enfermedad y el hambre de muchas poblaciones de muchos países del sur.

África vio declinar su población a causa de los siglos de trata negrera.NOTA 7 Ese despoblamiento, esa debilidad demográfica, fue un factor de su hundimiento en el atraso, agravando (aunque no provocando) los enfrentamientos tribales y la miseria, al verse así reducido el mercado interior para sus productos y al verse dificultada la expansión económica por la escasez de brazos (aparte de que el sistema colonial vino, a fines del siglo XIX, a empeorar una situación ya desesperada).

Que en Durbán se hayan abordado tales temas merece mayor atención que cuáles hayan sido sus decisiones finales (en cualquier caso no vinculantes).

§3.-- El daño de la descolonización

Muchas personas son hoy, más o menos, conscientes de los daños que la esclavización y la colonización infligieron a los pueblos del sur. Lo que se desconoce es el daño que les infligió la descolonización.

En realidad, son inseparables los daños de la colonización y los de la descolonización, ya que sin la primera no habría existido la segunda, y si la primera no hubiera sido como de hecho fue, tampoco la segunda habría podido seguir el rumbo que siguió.

Contrariamente a sus pretensiones civilizadoras, los colonizadores no llevaron a cabo una labor de capacitación de los pueblos sometidos al yugo colonial. Eso no significa que no introdujeran avances técnicos, educativos y económicos en los países que colonizaron. Introdujeron muchos avances. Es imposible saber cómo habrían evolucionado esos países sin la invasión y sin el sojuzgamiento colonial. En algunos casos, en los que estaban ya dadas las condiciones previas para un Estado moderno, es verosímil que un desarrollo económico nacional independiente habría sido más beneficioso (Argelia, Madagascar, Etiopía, Túnez,NOTA 8 tal vez algunos otros). En otros casos es imposible reconstruir ningún escenario que vaya más allá de lo meramente fantástico.

A pesar de esos avances, el yugo colonial --a la vez que, a veces tardíamente, aportaba mejoras-- también maniataba, coartaba, trababa, impedía los avances, empobrecía, estrujaba a las poblaciones. No sólo se les impusieron trabajos forzados sino también una capitación (en las colonias africanas todo negro tenía que pagar un tributo por haber caído bajo el yugo de una potencia europea). Generalmente la educación se impartió a una minoría, y ésa muy recortada, prohibiéndose la enseñanza de conocimientos históricos u otros peligrosos. Inculcábase a los nativos el sentimiento de sumisión al blanco. Se les prohibía circular libremente, ir y venir, comprar las mercancías que se permitía adquirir a los blancos (p.ej. armas, alcohol). Las reuniones y las asociaciones estaban unas veces prohibidas y otras sujetas a fuerte control y a autorización del poder colonial. No se formó (salvo excepciones, más numerosas en el África francesa) un personal propio. No se promovió (salvo con cuentagotas) a ingenieros, médicos, arquitectos, juristas, profesores, intendentes mercantiles. Pocas fueron las Universidades.NOTA 9 Los nativos estaban excluidos de los escalones de dirección, no pudiendo ser ni directores de banco, ni presidentes de empresas, ni altos funcionarios. En algunos ejércitos coloniales (como en el Congo belga) ni siquiera había un solo oficial nativo.

A esos males de la colonización (que van a determinar el deletéreo rumbo de una descolonización impuesta) hay que agregar un factor decisivo: el despedazamiento del territorio. La conferencia de Berlín de 1885 había sentado las bases para un reparto entre las potencias colonialistas, que luego se tradujo --a través de forcejeos-- en arbitrarias delimitaciones de compromiso, trazadas desde los gabinetes de las capitales europeas, sobre el mapa, con regla y compás.

Las etnias y tribus quedaron así descuartizadas, con una parte en territorio bajo yugo alemán, otra bajo yugo belga, otra bajo el poder francés, otra bajo el inglés, otra bajo el portugués. Constituyéronse las demarcaciones de cada colonia sin respetar para nada la historia, ni la cultura, ni la lengua, ni la vida económica de las poblaciones, ni siquiera muchas veces los límites naturales (las cadenas montañosas o los ríos difícilmente franqueables). Algunas colonias eran aberraciones políticas (un caso extremo es el de Gambia, un largo dedo hincado en el territorio senegalés y que lo parte casi del todo en dos).

Cuando una potencia colonial poseía un territorio contiguo muy grande, lo solía fragmentar en pequeñas colonias (tal vez para tenerlas mejor controladas). En esas condiciones, las necesidades del progreso y de la vida moderna eran incompatibles con el cultivo de las lenguas tradicionales; y así el aglutinante nacional de las poblaciones pasó a ser, poco a poco, el de su respectiva colonia, por artificial que fuera. Ese troceamiento determinó que, en el momento de la independencia, se tomaran como base las divisiones establecidas por el colonizador y las fronteras heredadas de la colonización, porque no había alternativa viable. Poco sentido práctico podía tener la esperanza de que se unieran varias colonias o excolonias vecinas, cuando la única historia nacional que les quedaba era la de una colonización que las había separado. Así los nuevos países surgidos de una descolonización para la que no se los había preparado en absoluto eran estadicos enclenques, en su mayoría de poca población, no mucha extensión, con recursos escasos; y, juntado todo, con bajísima capacidad de emprender o de planificar su vida económica.

Improvisadamente se empezó a incorporar personal nativo a las administraciones coloniales hacia 1945, pero todavía en los escalones inferiores. Aquí hay que introducir una diferencia entre la colonización francesa y las de las monarquías (Bélgica, Inglaterra, Italia cuando también tuvo colonias, y España hasta 1931 --aunque su colonialismo africano fuera liliputiense).NOTA 10 La República Francesa, ya desde hacía tiempo, aunque vagamente, formuló para sus colonias --en virtud del universalismo republicano-- el principio de que estaban llamadas a ser territorio francés, partes de la madre patria, y que la República consideraba a todos sus hijos como seres humanos libres e iguales, unidos por la hermandad republicana.NOTA 11

En 1946, la República francesa, en su Constitución, articuló un estatuto para sus colonias que, en términos equívocos, sobre el papel medio las equiparaba a territorios ultramarinos de la República, otorgando a sus habitantes el rango, no de ciudadanos franceses, pero sí un sucedáneo, el de ciudadanos de la Unión Francesa.NOTA 12 En la práctica los avances fueron todavía simbólicos, como la presencia de un puñadito de diputados negro-africanos en el parlamento, pero eso ya hubiera sido inimaginable en Bélgica o en Inglaterra.

En 1956 Francia concedió el sufragio universal para elecciones locales.NOTA 13 Ya era demasiado tarde.NOTA 14

Algunos políticos avispados alertaron de que, si seguían concediéndose derechos, Francia se acabaría convirtiendo en una colonia de sus colonias. En los países sojuzgados por las monarquías ni siquiera había que temer nada por el estilo.

Entre 1948 y 1960 produjéronse insurrecciones independentistas en Malaya, Madagascar, Kenia, el Camerún y Argelia, que los colonizadores ahogaron en sangre. (Triunfaron, en cambio, las de Indonesia contra Holanda y --a medias-- Vietnam contra Francia.) Al final, fueron las propias potencias coloniales las que, no ya se resignaron, sino que impusieron la independencia.

A los líderes pro-franceses que, en el plebiscito del 28 de septiembre de 1958, habían llamado a votar «sí» a la Constitución de la V República --ideada por el General Charles de Gaulle-- se les impuso optar por la separación en 1960-61: Fulbert Youlou en el Congo-Brazzaville, Félix Houphouët-Boigny en Costa de Marfil, Modibo Keïta en el Sudán (Malí), Léopold Sédar Senghor en el Senegal, Léon M'ba en el Gabón, Mahmadou Ahidjo en el Camerún, Sylvanus Olympio en el Togo, David Dacco en el Ubangui-Chari, Joseph Tombalbaye en el Chad, Philibert Tsiranana en Madagascar.

Hoy sabemos que (al menos en el espacio francés) la descolonización fue impuesta por las presiones y por el soborno a unos líderes africanos que, en su mayoría, aspiraban a que sus territorios pasaran a ser departamentos franceses de ultramar, con igualdad de derechos a los de los demás franceses (o sea el equivalente de lo que las Cortes de Cádiz concedieron a los territorios ultramarinos de España).NOTA 15

El general de Gaulle hizo una confidencia a su ministro Alain Peyrefitte en 1962: «nous débarrasser de ce fardeau, beaucoup trop lourd maintenant pour nos épaules, à mesure que les peuples ont de plus en plus soif d'égalité. Nous avons échappé au pire!». Lo peor era la asimilación de los nativos, reconocerles la ciudadanía de la metrópoli. El panorama que se temía en París era el de un parlamento francés con mayoría negra. El General precisó: «Heureusement que la plupart de nos Africains ont bien voulu prendre paisiblement le chemin de l'autonomie, puis de l'indépendance».

La independencia se decidió en París, se impuso a sus testaferros africanos y se otorgó sin que mediara plebiscito alguno.NOTA 16 Se arrojó el fardo de esas colonias cuando apenas se habían abolido en ellas los trabajos forzados y cuando ya empezaban a salir caras. No se concedió a los africanos la opción de hacerse franceses. No se dio a los pueblos ninguna posibilidad de rehusar la independencia que les imponían sus dirigentes, una independencia que, lejos de ser la libertad, era --en las condiciones de 1960-- un sojuzgamiento peor. Se tomó acta de esa separación política sin conceder ninguna posibilidad de arrepentimiento, ninguna segunda opción. Tampoco se consultó al pueblo francés. Ni hubo reparto de bienes gananciales: los recién independizados se fueron con lo puesto (dando gracias de que el colonizador no se llevara todo a París, como en Guinea en 1958). Lo que sí permaneció fue un destacamento de tropas de la potencia colonial, que han intervenido después frecuentemente para apuntalar a esos regímenes contra las insurrecciones de los descontentos.

De no haberse impuesto esa independencia, en aquellas condiciones, hoy los habitantes de esos territorios serían franceses, y, a fuer de tales, ciudadanos de la Unión Europea, con un derecho (aunque limitado como lo tenemos los demás) a circular por el territorio de la Unión. Y, de ser eso así, si los senegaleses pudieran radicarse libremente en París, Alicante, Milán, Munich o La Haya, ¿quién iba a impedirlo a los sierra-leoneses, congoleños, angolanos, nigerianos? El mundo sería diferente.

De haberse seguido ese camino, las heridas de la colonización habrían podido restañarse para irse calmando con el paso del tiempo; porque la unión política, creada a través de la bayoneta, el látigo y el cañón, se habría redimido y cimentado, a la postre, por un vínculo de solidaridad, de fraternidad, de unidad republicana, formándose un gran espacio de redistribución. No ha sido así.

Si, en los párrafos precedentes, me he centrado en el caso de la descolonización francesa, es porque era la única que (sobre el papel) llegó, en sus postrimerías, a entreabrir una perspectiva de integración fraternal: una hermandad republicana con una ciudadanía compartida. Fueron peores las descolonizaciones inglesa,NOTA 17 belga,NOTA 18 holandesa e italiana.NOTA 19 Y a todo eso habría que sumar la norteamericana, no sólo por las Filipinas, sino por el trato colonial a los países del Caribe, con numerosas y a veces sangrientas intervenciones militares, algunas de las cuales impusieron execrables tiranías.

Por ello, a los daños de la esclavización y a los de la colonización, hay que añadir los de la descolonización.NOTA 20

§4.-- El deber de pagar indemnización por daños

Es un principio básico de las relaciones jurídicas entre los humanos que el que causa daño a otro, interviniendo cualquier género de mala intención o de descuido, tiene obligación de reparar el daño causado. A las poblaciones del sur los gobernantes y los privilegiados del norte (y --por extensión y en alguna medida-- las propias poblaciones septentrionales) les han causado un inmenso padecimiento, con esas continuadas consecuencias actuales y futuras del hambre, la pobreza, el subdesarrollo y la enfermedad.

Todo eso existiría sin esclavización y sin colonización, mas no sabemos en qué medida. Es razonable pensar que en cantidades significativamente menores.

Hay que pagar. Estudiando los archivos, se puede determinar, con un margen de error admisible, el monto del daño o su evaluación dineraria, según pautas que --aunque sean en parte arbitrarias-- se aplican en otros casos de resarcimiento por daños. Los descendientes de las víctimas, y colectivamente los pueblos que las sufrieron, tienen derecho a recibir esas indemnizaciones.

Ése es el mensaje de Durbán. Después de Durbán ya no será tan fácil seguir ocultando esa demanda.

§5.-- Refutación de las objeciones

Frente a esa reclamación se formulan 13 objeciones.

5.1.-- Primera objeción: imposibilidad de evaluar el daño

Objétase que no hay cómo saber el daño exacto, porque ha pasado tiempo y no existen datos precisos.

Respondo: eso no es verdad. Hablamos de hechos históricos muy recientes, de una época en que han abundado los archivos de todo tipo. El lector de la novela histórica Raíces de Alex HaleyNOTA 21 sabe que hay anotaciones numéricas en multitud de registros incluso de las compañías londinenses de seguros que garantizaban los intereses de los buques negreros.

Como con tantas cosas humanas (casi todas), el grado de exactitud de nuestro conocimiento es, eso sí, muy limitado. Pero no por eso se decide correr un tupido e indulgente velo. No es decente invocar ese margen de inexactitud contra el principio de la reparación por daños.

Es más, hasta, si se quiere, puede tomarse como base el cálculo mínimo y reparar sólo eso. Ya con eso, haría falta una contribución de los países ricos a los pobres, no del 0,7% del producto interior bruto, sino probablemente del 10% durante varios siglos.

5.2.-- Segunda objeción: lo pasado, pasado

Objétase que son hechos históricos; que lo pasado, pasado.

Respondo: Las consecuencias perduran y seguirán perdurando muchos siglos, probablemente varios milenios. Sigue muriendo gente, siguen padeciéndose enfermedades, sigue habiendo mucho dolor por causa de la esclavización de los negros y de la colonización.

Además, al margen de determinar en qué medida persisten hoy las consecuencias causales, el daño pasado ha de ser resarcido. Si a Ud le dejan caer un tiesto desde una azotea y eso le causa una baja laboral, tiene derecho a pedir una indemnización, aunque luego ya no perduren los efectos nocivos. Ése es un principio básico de las relaciones normativas entre los seres humanos, en cualquier sociedad, civilizada o no. El mal pasado se compensa con un pago presente o futuro.

5.3.-- Tercera objeción: los hechos han prescrito

Objétase lo remoto de los hechos, que supuestamente habría entrañado una prescripción.

Respondo: La gravedad de los masivos hechos ilícitos, violaciones del más elemental derecho de gentes, los hace imprescriptibles, según consenso universal; en todo caso, el problema de las reparaciones no es penal, sino civil, siendo una deuda inextinguible.

Por otro lado, no es verdad que se trate de hechos de un pasado remoto. La esclavitud fue abolida en los EE.UU en 1865; en las provincias españolas de Ultramar, en 1880; en el Brasil, en 1888. Hace cuatro generaciones había millones de esclavizados por los blancos, por el hecho de ser negros.

5.4.-- Cuarta objeción: las consecuencias causales dejaron ya de existir

Negaríamos el libre albedrío de los hombres si sostuviéramos que hoy se vive como se vive en Bangladesh, el Yemen o Jamaica por las secuelas de situaciones de dominación colonial de varias generaciones atrás; todavía menos fundamento tendría atribuir el bajo PIB de Guinea, Ghana, Sierra Leona o el Congo a la trata negrera que finalizó a mediados del siglo XIX.

Respondo: Mi concepción filosófica, determinista, niega efectivamente el libre albedrío. Si admitimos el libre albedrío, entonces ninguna causa explica nunca ningún efecto que consista en una acción humana.

Al margen de tal controversia metafísica, si no podemos explicar la vida de hoy por lo que nos han legado nuestros antepasados de tres o seis generaciones atrás, no podemos explicar absolutamente nada. Un siglo abarca (convencionalmente) tres generaciones; un par de siglos, seis. Un par de siglos no es en sí más que un lapso insignificante. La vida de hace 178.000 años suponemos que era sensiblemente igual a la de hace 178.200 años.

Lo que permite a una generación avanzar, mejorar, innovar es el enorme cúmulo de lo que le lega la generación precedente, sin lo cual no sería nada ni podría crear, ni progresar. Claro que la dependencia es para bien y para mal. Las lacras, las catástrofes dejadas a nuestros hijos afectan su vida duraderamente, igual que los logros les posibilitan ir más lejos en el bienestar colectivo.

Si, en países como Irlanda, España, Grecia, Canadá (dispares y de niveles económicos diferentes), hoy tenemos lo que tenemos (que quizá no es tan boyante como algunos se imaginan, pero que, en fin, es lo que es, que comparativamente no está mal), es gracias al legado colectivamente dejado por nuestros padres, y éstos lo alcanzaron por el de nuestros abuelos y así sucesivamente. Si suponemos sensiblemente peor la situación de los abuelos de nuestros abuelos, o la de los bisabuelos de nuestros bisabuelos, el resultado será una diferencia abismal, que haría la vida irreconocible.

Esa evolución cultural y económica se basa en algo parecido a la ley del interés compuesto, en virtud de la cual una pequeña variación en el punto de partida se acaba traduciendo en una variación gigantesca en el de llegada. Eso es así para lo bueno y para lo malo: todos los procesos evolutivos son cumulativos.

Conque, cualquiera que sea su grado de inventiva y creatividad, los hombres de hoy están vinculados por el legado de sus mayores, de suerte que sólo pueden progresar en función de ese legado y gracias a él, para bien y para mal.

Pero hay más: en las condiciones de economía de mercado (en la medida en que éste se da, que afortunadamente es mucho menos de lo que se dice), cuanto más tarde se incorpora un país a los circuitos mercantiles, más difícil le es, cæteris paribus, abrirse camino, porque el mercado está ya copado. Los primeros que fabricaron tejidos de algodón industriales, los primeros que lanzaron al mercado productos alimenticios en conserva, vehículos a motor, antibióticos, máquinas de escribir, radios, ésos llevaban una ventaja competitiva que es imposible obtener hoy a un país pobre, porque, ni podría alcanzar, con sus fuerzas, una tecnología propia superior a la de los países ricos, ni, aunque la alcanzara, podría abrirse paso en el mercado, ya acaparado por la mercancía abundante de los países industrializados.

Por todo lo cual hay que concluir que hoy sí siguen produciéndose los efectos dañinos de la hecatombe demográfica y la tragedia masiva de la trata; y también los de la colonización que, si bien bastante menos cruel, ha sido más reciente y de mayor amplitud.

5.5.-- Quinta objeción: todos hicieron lo mismo

Objétase que tales males han sido generales en la historia, que entre los romanos había esclavitud, que los propios Estados africanos precoloniales la practicaban (y de hecho la mayoría de los esclavos coercitivamente transportados a América fueron vendidos por mercaderes locales); y que la trata negrera europea fue sólo una de las varias que han tenido lugar porque también existió una trata negrera transahariana realizada por los árabes.NOTA 22

Respondo: La historia no conoce ninguna esclavización de la magnitud, amplitud, dureza, organización, duración, tecnicidad y sistematicidad de la trata negrera euro-americana. Ni otros regímenes de esclavitud han girado en torno a la dicotomía del color de la piel. En Roma un esclavo podía ser de cualquier color --y algunos, emancipados, llegaban a ostentar altos cargos imperiales. Una opresión tan específicamente racista como la esclavización europea de los negros no se conoció hasta la edad moderna.

Por otro lado, la esclavitud de los antiguos mesopotamios, griegos, fenicios y romanos sí queda sepultada en los libros de historia, sí pertenece a un pasado lejano. Entre ella y los tiempos actuales se interpone una larga secuencia de siglos, no siendo ya posible seguir la huella generacional para saber quién debe qué a quién.

En lo tocante a la trata transahariana, juzgo dudoso el cálculo de su envergadura numérica --si pensamos en lo difícil y penoso que ha sido transportar cualquier mercancía a través del enorme desierto, dado lo rudimentario de los medios de la época. (No se inventó nada comparable a los gigantescos veleros europeos.) Dudo que, en general, la situación de esos cautivos fuera similar a la de los esclavos de las plantaciones americanas. Tampoco es verosímil que el fenómeno haya tenido repercusiones causales de igual magnitud a las de la trata transatlántica. Además, en general, tampoco parece que quienes se lucraron con ese tráfico transahariano hayan acabado muy prósperos, pues ellos mismos fueron colonizados. En todo caso, lo uno no quitaría lo otro.

Por último --y es lo esencial-- hay que decir que hace muchos siglos que dejó de existir el Imperio Romano; tampoco existen la monarquía de los faraones ni la asiria, ni la babilonia, ni el imperio cartaginés, ni nada de todo aquello. Ni existen los califatos de Córdoba, Kairuán y Bagdad, ni el sultanato mameluco; ni siquiera el imperio otomano. Todo eso se hundió sin que aparentemente las fortunas de sus magnates hayan tenido continuidad y sin que los pueblos de esos territorios se hayan beneficiado de ese tráfico.

Sí existen, en cambio, las grandes fortunas que se hicieron con la trata negrera transatlántica y la esclavización colonial. Sí existen, y reinan, dinastías que se lucraron así. En algunos casos están en la gestión gubernamental partidos que ya presidieron las últimas etapas de aquellos sucesos masivos.NOTA 23

5.6.-- Sexta objeción: la pendiente resbaladiza o las esclusas abiertas

En relación con ese problema, se objeta que, si empezamos a exigir reparaciones por los males del pasado, todos tendrán motivos de reclamación contra todos.

Respondo: No es así. El transcurso del tiempo hace que se disipen o extingan muchas responsabilidades. Tanto más cuanto menor sea su gravedad y mayor el tiempo transcurrido. Es la excepcionalidad del sistema esclavizador y colonial lo que impide su extinción. No se trata de resucitar cualesquiera rencores de una tribu contra otra, de una familia contra otra. Si han de recibir compensación o no los parias (dalits) de la India o las tribus avasalladas (hutus) en la región africana de los grandes lagos son temas aparte, que habrá que solventar en cada caso, y cuya dilucidación incumbe sobre todo a los pueblos de sus respectivas zonas geográficas.

El hecho de la esclavización y del sistema colonial afecta a la humanidad entera y a las relaciones internacionales en su conjunto. Por consiguiente, no vale ese temor a la pendiente resbaladiza --aparte de que es siempre una falacia el argumento de la pendiente resbaladiza (o de las compuertas). Los hechos masivos que involucren a cientos de millones de seres humanos durante siglos no son como los demás.

5.7.-- Séptima objeción: ¿habrán de indemnizar pobres a ricos?

Objétase que una parte de los descendientes de aquellas víctimas son ricos, y muchos descendientes de los verdugos (o de sus esbirros) son pobres.

Respondo: No vale la objeción; porque, en primer lugar, eso por sí solo no elimina la deuda; y, en segundo lugar, siempre se podrían introducir cláusulas especiales que evitaran efectos perversos, como el ulterior enriquecimiento de algunos ricos a expensas de algunos pobres. Por otro lado, esos casos tienden a ser excepcionales.

5.8.-- Octava objeción: no se ha de lavar el mal ocurrido con un cheque

Objétase también que el pago de una indemnización sería como querer lavar o borrar los hechos de sufrimiento masivo, como pasar la esponja y, habiendo saldado la deuda, hacer cesar el motivo de recuerdo, de dolor, de amargura.

Respondo: De valer la objeción, lo mismo se aplicaría a cualesquiera daños. Habría de enmendarse el derecho civil, quitando la obligación de resarcimiento. Ninguna sociedad humana puede existir si las acciones dañinas para con otros no acarrean consecuencia alguna para el que las llevó a cabo ni se prevé un procedimiento para disminuir el sufrimiento de la víctima, o de aquellos de sus descendientes que sigan siendo víctimas, indirectamente.

5.9.-- Novena objeción: inconmensurabilidad entre el mal sufrido y cualquier pago

Casi igual a la anterior objeción es la que aduce lo inconmensurable del mal causado con la compensación monetaria que se pretenda.

Respondo: Tampoco vale ese argumento, porque, de valer, se aplicaría igual a la evaluación de cualquier daño moral, e incluso de muchos daños físicos. ¿Qué suma de dinero puede compensar a una viuda porque su marido murió en un accidente laboral que se habría evitado de haberse aplicado las normas vigentes de seguridad? ¿Qué indemnización pecuniaria tiene el mismo monto que el dolor padecido por el atleta a quien el hincha de un competidor dejó lisiado, arruinando su vida, su dignidad, su pundonor, su autoestima, sus relaciones íntimas?

Desde la más remota antigüedad, los sistemas jurídicos buscan, con tanteos, abordar los casos espinosos, careciendo de regla precisa o de criterio indiscutible. Pero, dentro de ese margen de indeterminación, se conciertan --bajo la guía de la opinión pública en evolución, bajo el imperativo que dictan la conciencia popular y las expectativas de las masas-- diversas soluciones de compromiso, imperfectas, pero con una base razonable y suficiente que hace de tales arreglos encarnaciones (imperfectas) de la equidad.

Por otro lado, se da frecuentemente una conmensurabilidad entre magnitudes heterogéneas, siempre que se halle una dualidad de rasgos respectivos que se presten, racionalmente, a una cierta proporción o conmensuración.

5.10.-- Décima objeción: poco pueden cambiar las indemnizaciones

Objétase que, no pudiendo alterar profundamente la vida de esas amplias masas, las indemnizaciones nunca se elevarían a un verdadero pago.

Seguramente es ésa una variante de la objeción anterior, que recalca lo desmesurado, lo desproporcionado del daño infligido con relación a cualquier reparación. En suma se trataría de que la reparación no sólo no deshace el daño ni lo anula, sino que tampoco puede compensar ni siquiera a los descendientes de las víctimas, o sea no puede darles un beneficio comparable al daño sufrido por sus antepasados.

Respondo: Frente a esa objeción caben dos respuestas. La una es que, aunque no se pudiera compensar del todo, se puede compensar en parte. Supongamos que un delincuente le quema su vivienda y eso le acarrea a Ud unas pérdidas emocionales y materiales de una cuantía elevada; se valora esa pérdida en 4 millones de euros; si ese delincuente se ve forzado a pagarle, como resarcimiento, una suma de 400.000 euros, ello significará que el daño sufrido por Ud habrá disminuido en esos 1/10 y que el acto del delincuente habrá recibido una retribución debida, aunque sea insuficiente.

No es cuestión de todo o nada. Que un fin deseable no se pueda conseguir totalmente, por ser imposible o prácticamente inviable, no significa que dé igual conseguirlo en parte o no conseguirlo en absoluto. La verdad suele ser verdad parcial. Los éxitos suelen ser éxitos parciales. Lo total está reservado al mundo de los ángeles y los demonios.

La otra respuesta es que el pago de una indemnización significativa tendría un efecto multiplicador, mejorando profundamente la vida de la población humana.

Tras la II Guerra Mundial, el plan Marshall de los EE.UU para la Europa occidental --con un aflujo de muchos millones de dólares en su mayor parte no reembolsados-- acarreó la prosperidad económica, permitiendo el Estado del bienestar, sin que, no obstante, la suma en sí fuera de tal magnitud que empobreciera a los propios EE.UU.

Igualmente una modesta aportación del 1 por ciento del PIB de los países ricos, en compensación a las víctimas de la esclavización y del sojuzgamiento colonial, mantenida durante medio siglo, cambiaría la situación de los países meridionales, aliviando la miseria y tal vez terminando con el hambre.NOTA 24

5.11.-- Undécima objeción: ¿hay que pagar por lo que pasó antes de que uno naciera?

Objétase que los hombres de hoy no han de pagar por hechos sucedidos antes de que ellos nacieran.

Respondo: No tiene tampoco base esta objeción. Aquí se trata de responsabilidades colectivas y no individuales. Las colectividades incurren también en responsabilidad. Tal vez no en responsabilidad penal (aunque muchos creemos que sí, que una asociación puede ser rea y tener una culpa colectiva); mas, en cualquier caso, sí en responsabilidad civil.

El problema de la responsabilidad colectiva requiere, desde luego, un estudio pormenorizado. Es un asunto harto complejo, que involucra muchos aspectos. Hay diversos tipos de responsabilidad colectiva según la índole de las víctimas y según el carácter de la asociación que incurra en el supuesto de hecho (si se trata de una asociación voluntaria o involuntaria; difusa o de bordes tajantes; formal o informal; persistente u ocasional; disciplinada o anárquica).

Siendo todo eso objeto legítimo de investigación, no deben tales indagaciones empañar lo esencial: que hay responsabilidad colectiva, una u otra, mayor o menor, según los casos. Y es enorme en el que aquí nos traemos entre manos: es la responsabilidad de las naciones que se beneficiaron de la esclavización y la dominación colonial respecto de los pueblos que las sufrieron.

Desde luego las acciones y las pasiones de un colectivo estriban en ciertas acciones y pasiones de sus miembros, o de muchos o algunos de ellos. No puede una muchedumbre asaltar un local quedándose parados sus componentes. No puede una sociedad incurrir en responsabilidad si nada han hecho sus integrantes. Mas, perpetrado el acto, con los medios de esa sociedad, en nombre de esa sociedad, ostentando los perpetradores una representación autorizada de esa sociedad, con el aval o el consentimiento, activo o pasivo, de buena parte de los miembros de esa sociedad, ésta adquiere una responsabilidad que se perpetúa al sucederse, en la sociedad, unos miembros por otros.

En segundo lugar --y sobre todo--, si valiera la objeción, acarrearía las dos siguientes consecuencias absurdas. La una sería que las deudas se extinguen cuando mueren el deudor y el acreedor, no transmitiéndose a sus herederos, o al menos no a sus herederos póstumos. La otra sería que las sociedades verían extinguidas sus deudas al haberse alterado por completo su composición, aunque haya sido paulatinamente.

Mas, si sucediera eso, también se extinguirían los derechos, del mismo modo. Si el deber que tiene A hacia B no se transmite a los sucesores respectivos de A y de B, tampoco el derecho de B respecto de A. Ahora bien, la posesión colectiva de un territorio por una nación es un derecho de esa nación, de esa asociación de individuos, frente a las demás; un derecho de exclusión, que podrá tomarse en el sentido brutal de la xenofobia o podrá tomarse en un sentido más humano de que dueños colectivos del territorio sean prevalentemente los nacionales; en cualquier caso, excluye, más o menos, a los extranjeros.NOTA 25

Y lo mismo cabe decir de un municipio, de una cooperativa o de las sucesiones privadas. Aunque se nos hiciera caso a quienes abogamos por la abolición de la propiedad privada, persistirían derechos colectivos adquiridos por grupos humanos y transmisibles transgeneracionalmente.

Si, por haberse producido los hechos antes de que ellos nacieran, los actuales habitantes de los países del norte no tienen, respecto de los del sur, obligación alguna derivada de esos hechos, por las mismas tampoco poseen derecho alguno respecto de ellos; no tienen derecho a la propiedad colectiva de sus países --más ricos, mejor situados, de clima más benigno, con mejores vías de comunicación, mejores edificios, con sus museos, sus fábricas, sus puertos, sus campos de cultivo--, sino que cualquier grupo de malgaches puede hacer lo que le dé la gana con las instalaciones del ayuntamiento de Arrás, incluso demoler o incendiar, si quiere, la casa consistorial, aunque de ello no saque provecho alguno.

Menos todavía habría un derecho colectivo, transmisible transgeneracionalmente, al disfrute de comodidades heredadas de los mayores; o, por lo menos, nunca un derecho preferente frente a otros, ya que ese derecho preferente es lo mismo que un deber heredado por esos otros de no estorbar tal disfrute.

Es más, las ventajas, la riqueza, las comodidades colectivamente heredadas por las poblaciones de los países ricos y semirricos las obtuvieron sus antepasados, en parte,NOTA 26 a expensas de las razas que consideraron inferiores, cuya resistencia acarreaba un cruel castigo. ¿Han de heredarse las ventajas y las riquezas colectivas así ganadas y no carga alguna subsiguiente? ¿El haber sin el debe?

En resumen, es absurdo que no haya transmisión transgeneracional de derechos y deberes. No sólo iría eso contra toda la normativa vigente en las legislaciones nacionales y en el derecho internacional, sino que no se puede concebir una sociedad humana (o no humana), mínimamente organizada y regulada, sin alguna transmisión transgeneracional de al menos algunos de los más relevantes derechos y deberes, aunque no de todos.

5.12.-- Duodécima objeción: se lo embolsarían los caciques locales

Adúcese que las ayudas al llamado «tercer mundo» suelen ir a parar a los bolsillos de los potentados locales o a ser gestionadas por organizaciones cuyo carácter genuinamente humanitario puede ponerse en duda; que, a veces, esas ayudas significan que el flujo de dinero va de los pobres de los países ricos a los ricos de los países pobres. Y que en este caso seguramente pasaría igual, por muchas precauciones que se tomaran.

Respondo: Todo eso encierra un sofisma de exageración. ¡Cuantifíquese, no se hable en el aire! Por bueno que sea el procedimiento, por excelentes que sean el personal y la organización, una parte de la ayuda viene detraída de sus fines y se malversa; pero ¿cuánto? Los países del norte suelen presentar como ayuda al desarrollo desembolsos tales como financiación de gastos militares encubiertos, u otros similares. Siendo eso verdad, es un problema marginal, porque el mayor problema en las relaciones entre países ricos y pobres no estriba en nada así, sino en que ni siquiera se cumple el modesto porcentaje de ayuda decidido por la ONU del 0,7% del PIB.

Por otro lado, las indemnizaciones pueden otorgarse con condiciones y garantías.NOTA 27 Además, para los países recipiendarios de compensación incluso el enriquecimiento de la capa superior de la población indirectamente beneficia a todos, pues repercute en mayor demanda, más mercado, mayores posibilidades de producción interna, más puestos de trabajo.

La prueba la ofrece, de nuevo, la ayuda del plan Marshall, que puede haber enriquecido a los consorcios industriales y bancarios, pero que indirectamente benefició a todos los habitantes de la Europa occidental.NOTA 28

5.13.-- Decimotercera objeción: es mejor compungirse que pagar

Mejor que reparar sería un acto de contrición (o tal vez de atrición), un sincero lamento colectivo, una toma de conciencia general, un reconocimiento público, contarles en adelante la verdad a los escolares o no seguirles ocultando la crudeza de la historia propia.

Respondo: ¿Por qué y en qué es mejor? Si eso es así, lo será en cualquier otro caso, y habrá que cambiar la legislación de todos los países del mundo, civilizado o no, que, unánimemente, defiende y ha defendido siempre --desde tiempo inmemorial, desde las leyes mesopotamias de hace cuatro milenios-- que quien, dolosa o negligentemente, causa daño a otro tiene obligación de resarcirlo. Si el arrepentimiento es mejor que el pago en este caso, lo es en cualquier otro caso. A menos que se diga qué pasa en este caso en concreto para que sea mejor arrepentirse que pagar.

Por otro lado lo que se alega en la objeción va contra los precedentes. La nación alemana ha sido obligada --y sigue siendo obligada-- a pagar por las persecuciones antiisraelitas perpetradas por sus dirigentes bajo el régimen nacionalsocialista que acaudillaba Hitler. En 2001 algunas empresas radicadas en Alemania (entre las cuales estaba la Ford) han empezado a pagar indemnizaciones a los supervivientes de los campos hitlerianos de trabajo forzado (cuyas condiciones se han catalogado como de esclavitud).

¿Qué factores pertinentes concurren en esos hechos y no en los de la incomparablemente más amplia esclavización y dominación colonial que sufrió en particular África?

Es filosófica y jurídicamente irrelevante que los daños que se hace pagar a los alemanes fueron infligidos a blancos. Las víctimas están en general en el campo de las naciones dominadoras. También lo es que, en el caso de la II Guerra Mundial, la responsabilidad quede circunscrita a un solo estado o a unas determinadas firmas, en vez de estar más repartida. Sin embargo, muchas responsabilidades son difusas, no ya en lo que respecta a los receptores de la compensación, sino también en cuanto atañe a los obligados a resarcir. Nótese que, con buena investigación, muchas responsabilidades podrían individuarse.

Sea como fuere, no son diferencias relevantes. Si lo fueran, algo paralelo cabría decir en cualquier otro caso, con este resultado: deberían indemnizarse sólo aquellos daños que afecten a pocos en poco tiempo, o que sean infligidos por pocos, al paso que no debería indemnizarse en absoluto un daño que afecte a muchos, durante mucho tiempo y que sea realizado por muchos.

La compunción puede ser un sano ejercicio de memoria colectiva, porque la recordación del pasado que da sentido al presente y al futuro comporta también facetas que sólo merecen pesadumbre. Eso será bueno para la memoria colectiva de la humanidad, pero no basta. Hay que saldar la deuda, aliviando la suerte de muchos descendientes de las víctimas de aquellos sufrimientos masivos. Y de paso haciendo un favor a la humanidad, haciendo que vivamos mejor y nos sintamos mejor en nuestra piel humana.

§6.-- Alternativas: Impuesto Tobin y otras hierbas

Apenas se habían clausurado las sesiones de la conferencia de Durbán (con un compromiso de última hora) cuando el entonces primer ministro francés, Monsieur Jospin, resucitó la idea del impuesto Tobin.

Según había sido inicialmente formulada por el profesor James Tobin en 1971, la propuesta consistía en establecer un tributo disuasorio sobre las operaciones que entrañen conversión de divisas, a fin de desincentivar la especulación monetaria, que es un factor de inestabilidad y volatilidad de los mercados, que acarrean oscilaciones pronunciadas en el ciclo económico.

Desde hace años, ciertas organizaciones humanitarias (en particular ATTAC), animadas de la mejor intención, se han hecho abogadas de esa propuesta, que han completado con la generosa idea de que lo que se recaude con ese impuesto vaya destinado a ayudar a los países pobres, a quienes se considera los más agraviados por la inestabilidad financiera así provocada. Su propuesta está ahí desde hace años y ha encontrado eco en otros movimientos antiglobalistas y altermundialistas.

Tampoco esa idea es la única alternativa que se ha barajado estos años a las demandas de resarcimiento por daños. Otra idea ha sido la de subvencionar a los países pobres merced a un impuesto sobre las exportaciones de armas. Y otra ha sido la condonación de la deuda externa.NOTA 29

Convenga o no convenga cancelar la deuda, convenga o no convenga establecer un tributo sobre transacciones cambiarias, convenga o no convenga dar a lo así recaudado éste o aquel destino, en cualquier caso hay que indemnizar a los pueblos que fueron víctimas de la esclavización y la dominación colonial.

Eso está claro en lo tocante a la cancelación de la deuda. Por varias razones. En primer lugar no está probado que los países que más endeudados estén sean los que más resarcimiento merezcan por los daños de la esclavización y la colonización.

En segundo lugar, la mera cancelación de la deuda, por sí sola, es una medida sin alcance redistributivo hacia abajo; muchas veces la deuda ha sido contraída por los paniaguados de las potencias septentrionales e invertida en fugas de capitales hacia Miami y Suiza, en pisos en París o en Londres, en chalets en la Costa Azul y en la ruleta de Montecarlo; cancelar la deuda de esos magnates locales poco beneficia a los pueblos.

En tercer lugar, si se trata de cancelar la deuda porque es justo hacerlo, se podía haber hecho antes, no precisamente cuando se plantea una nueva reivindicación y --dígase o no-- como para taparla.

Y en cuarto lugar --y es lo principal--, ¡háganse las cuentas como Dios manda, póngase esto en el debe y aquello en el haber, y procédase luego a la compensación de deudas que resulte! Si Guinea debe 100 millones a los septentrionales pero éstos le deben 100 billones, el balance es claro. El principio de equidad y el de veracidad reclaman que no se escamotee un problema aduciendo otro.

Tampoco merece parabienes la idea de dar a los pobres la recaudación de un hipotético impuesto sobre la exportación de armas, que tendría el efecto perverso de que cada país pobre saldría beneficiado de las guerras entre sus vecinos, con tal de permanecer neutral en el conflicto.

§7.-- Más sobre el Impuesto Tobin

Pasando al tributo Tobin, con todos los respetos para las personas que lo han defendido, hay que formular una serie de reparos a sus ideas.

1º) Si los países ricos quieren ayudar a los pobres (al margen del asunto de las reparaciones), pueden y deben hacerlo, siquiera sea con el prometido e incumplido 0,7%, promesa que parece que se llevó el viento; eso independientemente de que establezcan unos tributos u otros. Si quieren ir más allá de ese escaso 0,7%, pueden y deben hacerlo, independientemente de si lo sacan de tasas aeroportuarias, contribución sobre el patrimonio, o sobre transmisiones inmobiliarias, impuesto de lujo o cualquier otro habido o por haber.

2º) Es absurdo pretender financiar tal gasto con lo recaudado exactamente con tal tributo. No hay razón ninguna para hacerlo así. Si se trata de aplicar un principio redistributivo global, entonces habrá que dedicar una parte de la riqueza de los países ricos a esa distribución a favor de los pobres; no lo que se saque de éste o de aquel concepto tributario, en particular, sino lo que se estime justo y prudente, y que se saque del fondo común --que podrían ser los presupuestos generales de los Estados de la NATO. Qué monto se estime justo y prudente no depende de cuánto se saque de éste o de aquel tributo (sea el de transacciones financieras, el de exportación de bebidas embriagadoras, el de ventas de coches o de armas, o cualquier otro).

Más en general, sería peregrino destinar a la construcción de ferrocarriles lo recaudado mediante el impuesto de sucesiones; a la de escuelas, lo recaudado mediante el IVA; y así sucesivamente. Porque no sólo no hay nexo intrínseco entre el gasto y el ingreso que hipotéticamente se dedicara a costearlo, sino que tal fraccionamiento de la caja va en contra de cualquier política de racionalización de ingresos y gastos, que exige tomar a los unos y los otros en su globalidad.

3º) No es verdad que haya un vínculo especialmente íntimo entre las dificultades de los países pobres y las ganancias especulativas de las transacciones de divisas. Aunque tales flujos especulativos dañan a todos (salvo momentáneamente a unos pocos), los problemas económicos del llamado «tercer mundo» son consecuencia de otros factores:

Las especulaciones cambiarias no afectan tanto a los países pobres, porque los especuladores no suelen fijar su mirada en las divisas de Birmania, Sudán, Lesoto o Bolivia, sino en el yen, el franco suizo, la libra esterlina, el euro, etc.

El año 2000 se difundió un texto de ATTAC (Francia) titulado «El impuesto Tobin: ¿cómo gestionarlo y qué financiar con él?», señalando: «el Banco Mundial podría [según algunos economistas] recibir el producto del impuesto, igual que el FMI, para reforzar su capacidad de intervención», añadiendo empero que esa organización no deseaba tal salida.

Los círculos del poder de los Estados de la NATO podrían integrar en su estrategia un impuesto Tobin en una proporción acaso módica --al igual que, zigzagueantemente, se han tomado ya muchas medidas (de eficacia y ejecución cuestionadas) con relación a los paraísos fiscales, que no parecen haber inquietado mayormente a los especuladores financieros internacionales.

No es impensable que se quiera así consagrar lo recaudado a alguno de los rubros que plantean dificultades presupuestarias: expansión armamentística, obras públicas, jubilaciones, sanidad, subsidio de desempleo, o cualquier otra cosa. El establecimiento de tal impuesto no determina de suyo a qué se destinará (podría servir para compensar las pérdidas que ha generado la quíntuple contrarreforma tributaria de los últimos tiempos: supresión del impuesto de lujo sobre los artículos de uso suntuario; desprogresivización del impuesto a la renta; aminoración de las contribuciones sociales de las empresas; rebaja del impuesto de sociedades; y supresión del impuesto de patrimonio, que gravaba las grandes fortunas).

Alternativamente pueden dedicarlo a incrementar los recursos del FMI o del Banco Mundial, en beneficio de los países pobres, a los que, a cambio, se impondrían nuevas recetas de las ya desacreditadas y fracasadas: desregulación, privatización, reducciones de personal, congelación salarial, desarme comercial.

Todo eso revela que el establecimiento del impuesto no tiene, en el fondo, nada que ver con las cuestiones del desarrollo de los países de economía débil, con la cuestión de la solidaridad humana, con la cuestión de las relaciones entre países ricos y pobres. Son cuestiones absolutamente diversas y tan independientes entre sí como pueden ser dos temas distintos de política socio-económica.

Por último, hay que señalar que las operaciones cambiario-monetarias son sólo una parte de las que causan los acusados altibajos que sufre la economía de mercado. Más dañina es la especulación inmobiliaria --que es la que ha conducido a la crisis de superproducción desencadenada en 2007--, en parte ligada a la financiera; y también están otras, como la especulación del tráfico de empresas --las compraventas de firmas comerciales.

¿Qué es la especulación? Las especulaciones son aquellas operaciones de oferta y demanda mercantil que tienden a vender más caro de lo que se ha comprado, pero básicamente la misma mercancía, no una mercancía con un valor añadido. Es relativa la diferencia entre esas operaciones y las más defendibles consistentes en, o bien incorporar algún valor o elemento a lo previamente comprado para vender más caro el resultado, o, si no, constituir un eslabón necesario en la cadena distributiva (como en principio lo cumplen el mayorista y el tendero, para que el paquete de margarina pase de la fábrica a la nevera del consumidor final).

En cualquier caso, la moderna economía pretende ser capitalista, pero en realidad lo es mucho menos de lo que aparenta. En la medida en que efectivamente lo es, también es especulativa; muchos incrementos de valor añadido son, hasta cierto punto, ficticiamente hinchados. Y la necesidad del eslabón, clara en algunos casos, es cuestionable en otros.

Un mero impuesto sobre transacciones que impliquen permutación monetaria tendría un efecto limitado, dado ese enorme cúmulo de la especulación general. (La introducción del euro ha reducido todavía más la significación del hipotético tributo.)

Hay, pues, que dejar a salvo la posibilidad y conveniencia de ese tributo o de cualquier otro --como pueden razonablemente pedirse: uno sobre la propiedad de inmuebles no dedicados a vivienda propia habitual; otro sobre el gasto de agua potable en cantidades desproporcionadas a las necesidades del cuerpo humano; otro sobre el uso de medios de locomoción más contaminantes cuando haya otros disponibles que sean medioambientalmente menos agresivos; otro sobre consumos suntuarios que tengan un impacto ecológico o disminuyan los recursos disponibles para atender necesidades sociales más apremiantes; otro sobre deslocalización de domicilio --individual o societario-- con fines o efectos de evasión fiscal (éste tendría que ser un instrumento coercitivo de derecho internacional público).

Pero nada de todo eso guarda conexión con el problema de las relaciones entre los países del norte y los del sur. Ese problema tiene diversos aspectos, siendo uno de los principales el evocado en este capítulo: la cuestión de la reparación por los daños históricamente infligidos por el norte rico al sur pobre.

§8.-- Conclusión

Dedúcese de todo lo dicho que es justa y legítima la demanda del pago de reparaciones por la esclavización y la colonización que padecieron los pueblos del sur a manos de los del norte. Tal propuesta debe constituir el foco de atención de la cuestión, más general, de las relaciones entre países septentrionales y meridionales. En ese transfondo no merecen situarse en el centro de los debates otras ideas, erizadas de dificultades, cual la propuesta del impuesto Tobin u otras similares. Lo que hay que hacer es sencillamente, en vez de llorar, pagar lo que se debe por el daño causado.








[NOTA 1]

Cabe preguntarse si fue esa propuesta lo que hizo que, habiendo ganado las elecciones presidenciales, Abiola fuera encarcelado --y misteriosamente muriera en las mazmorras del régimen militar del General Abasha, no sé si respaldado por sus amistades del Norte del planeta. Se puede matar a un hombre pero no a una propuesta justa.


[NOTA 2]

Como los de cortar un pie al fugitivo y a veces cosas mucho peores en las que no es menester entrar aquí.


[NOTA 3]

En estas páginas me centro en la colonización de los siglos XIX y XX porque podemos exigir una rendición de cuentas tanto mayor cuanto más recientes sean los hechos considerados, cuantas menos justificaciones ideológicas quepa aducir (y --a diferencia de las generaciones anteriores-- los hombres del siglo XIX ya estaban obligados a profesar un credo liberal y un reconocimiento de los derechos humanos) y cuanto mayor sea la continuidad, de un lado entre los perpetradores y beneficiarios de los hechos y sus actuales descendientes, y, del otro lado, entre las víctimas y quienes todavía hoy, herederos suyos, siguen sufriendo los estigmas y las consecuencias. Además, la colonización decimonónica ha sido finalmente la que ha afectado a una masa mayor de cientos o miles de millones de seres humanos en Asia y África. Sin embargo, en el caso particular de la trata negrera, hay un motivo para hacer arrancar el comienzo de los hechos de responsabilidad desde el siglo XIV, porque el conjunto de esa trata constituye una unidad.


[NOTA 4]

En A History of Africa 1840-1914, vol. 2, p. 137.


[NOTA 5]

V. ibid., p. 147: «Failure to deliver the levy in rubber, food or by unpaid labour was punished by flogging, chaining, mutilation, imprisonment, the burning of villages or death». El periódico The Times (v. ibid.), en 1895-11-18, cita a un misionero, el Rvdo. John B. Murphy, que relata cómo se obliga a esos trabajos forzados: «The soldiers drive the people into the bush. If they will not go, they are shot down and their left hands cut off and taken as trophies to the commissaire». Otras fuentes afirman que también se amputaban las manos a muchos negros vivos. Resultado (ibid, p. 147): «The 1911 census recorded 8,500,000 people, but it was estimated that the population had fallen in twenty years by two-thirds from over twenty million». O sea, una mortandad de 11 millones y medio. Los otros colonialistas europeos fueron menos mortíferos pero no mucho menos brutales. En un lapso de cuatro generaciones (entre 1830 y 1970) puede que hayan muerto cien millones de hombres, mujeres y niños (tal vez incluso más) a causa de masacres y malos tratos infligidos por el colonialismo en África y Asia. Para obtener esa cifra basta extrapolar datos teniendo en cuenta las guerras de conquista y las matanzas realizadas para sofocar las numerosas insurrecciones de la población subyugada. Ha sido el mayor crimen masivo de la historia de la humanidad. Sobre las atrocidades del imperio británico para sofocar la primera gran insurreción anticolonial (la del Hindostán en 1857) v. V.G. Kiernan, The Lords of Human Kind: European Attitudes to the Outside World, Penguin, 1972, p. 48.


[NOTA 6]

Elikia M'Bokolo, «Le travail forcé, c'est de l'esclavage», 15 dic. 2007, (http://www.ldh-toulon.net/spip.php?article2372). V. del mismo autor: Afrique noire: Histoire et civilisation du XIXe siècle à nos jours, 2ª ed, París: Hatier, 2004 y Elikia M'Bokolo & Thierno Bah, Afrique noire: Histoire et civilisations, T. 2, XIX-XXe siècles, París: Hatier, 1998.


[NOTA 7]

Y de nuevo sufrió una sangría al ser sometida al yugo colonial.


[NOTA 8]

Túnez era un reino teóricamente vasallo de Turquía, pero prácticamente independiente, donde la esclavitud fue abolida en enero de 1846, dos años y medio antes que en Francia. Algunos estudiosos sostienen que el establecimiento del protectorado francés en 1881, lejos de acelerar, retrasó el avance económico y social del país, aplazando las reformas del derecho civil hasta que las promulgara el presidente Burguiba, tras conseguir la independencia en 1956.


[NOTA 9]

Hasta después de la II Guerra Mundial las únicas universidades africanas eran las existentes en tres países independientes (Egipto, Liberia, Suráfrica) y la de Argel. En el imperio colonial británico había unos pocos colleges o escuelas vocacionales (Sudán, Nigeria, Gana, Sierra Leona), ninguno de ellos con rango de Universidad. En el África francesa se establecieron una escuela veterinaria en Gorée y una de ingenieros en Bamako. Cuando ya tocaba a su fin el yugo colonial, se crearon improvisadamente algunas más. El número diría muy poco, porque casi todas las existentes en 1960 acababan de fundarse y apenas estaban echando a andar. V. «A Historical Accounting of African Universities: Beyond Afropessimism» por Paul Tiyambe Zeleza, 2006, http://gess.wordpress.com/2006/09/30/a-historical-accounting-of-african-universities-beyond-afropessimism/.


[NOTA 10]

En estas páginas me centro en África. Para Asia sigue siendo pertinente leer el libro de Robert Briffault, Decline and Fall of the British Empire, Simon and Schuster, 1938.


[NOTA 11]

Todo eso, claro, además de que era falso, ni siquiera se dijo con el énfasis con que lo estoy diciendo; se medio-dijo, pero ese medio ya era muchísimo.


[NOTA 12]

V. mi art. «Un puente jurídico entre Iberoamérica y Europa: la Constitución española de 1812», en América y Europa: identidades, exilios y expectativas, coord. por José Mª González, Madrid: Casa de América-CSIC, 2002, pp. 95-114.


[NOTA 13]

Hízolo por la «loi-cadre» (ley de bases) promulgada en París el 23 de junio de 1956, a propuesta del ministro de la Francia de Ultramar, Gaston Defferre, autorizando al gobierno a implantar asambleas elegidas por toda la población adulta en colegio único (hasta ese momento el voto era censitario y por colegios racialmente separados). Ya estaban en marcha las insurrecciones argelina y camerunesa; un mes después ocurriría la nacionalización del Canal de Suez por el colonel Gamal Abdel Nasser.


[NOTA 14]

Cuando el gobierno de París tomó esa decisión, ya había perdido la guerra de Indochina (1945-54) --ganada por Ho Chi Min a la cabeza de los insurgentes vietnamitas; había aplastado la insurrección malgache de 1947-48, al precio de 80.000 muertos; se hallaba enfrascado en la guerra de Argelia iniciada dos años antes; estaba en vísperas del levantamiento independentista de la Union des Populations du Cameroun. Francia se resistió por la fuerza a la independencia de los que la querían y se la impuso a los que no la querían.


[NOTA 15]

V. el libro de Alexandre Gerbi, Histoire Occultée de la Décolonisation Franco-Africaine, París: Ed. L'Harmattan, 2006.


[NOTA 16]

Cuando justamente se acababa de preguntarles si aprobaban la Constitución de 1958 en la que se les hacía vislumbrar la posibilidad de llegar a ser franceses de pleno derecho; y todos había contestado que sí salvo en Guinea-Conakry, que fue la excepción. El único territorio, aparte de Guinea, que se independizará mediante un plebiscito será Argelia en 1962.


[NOTA 17]

Suele tenerse una imagen edulcorada de la descolonización británica, por el amistoso traspaso de poder en Ghana en 1957 y en la India diez años antes, olvidándose que: (1) el imperio inglés atizó en las colonias las rivalidades nacionales, tribales y religiosas para mantener su dominación (Hindostán --creación del Pakistán--, Ceilán, Chipre, Guyana, Uganda, régimen de supremacía blanca en el mandato británico de Suráfrica y en Rodesia --hoy Zimbabue), de todo lo cual se siguieron los horrendos baños de sangre a que condujo esa descolonización: India/Pakistán, Ceilán, Nigeria/Biafra y así sucesivamente; (2) las independencias fueron arrancadas por una lucha de los pueblos subyugados que costó miles de vidas y que fue a menudo sangrientamente aplastada (la India, Malaya, Kenia); (3) el mandato de la Liga de Naciones fue aprovechado para confiar el Suroeste Africano (Namibia) a la Suráfrica racista (por lo cual su emancipación ha tenido que lograrse por la lucha armada) y para crear en Palestina un hogar nacional judío, fuente de los conflictos actuales, que se llevó a cabo sobre la base del principio de que eran irrelevantes los deseos de la población autóctona, sin que el Reino Unido, al largarse en 1948, asumiera responsabilidad alguna por la situación que había sido creada exclusivamente por el dominio británico del territorio (v. Marc Michel, Décolonisations et émergence du tiers monde, París: Hachette, 1993, pp. 111ss); (4) al abandonar las colonias, el Reino Unido dejó frecuentemente en el poder a las castas que habían actuado ya antes bajo su control, porque había utilizado preferentemente la técnica del indirect rule, manteniendo e incluso incrementando los privilegios de las clases dominantes locales (al paso que Francia había tendido a quebrantar el poder de esas castas en nombre del principio de igualdad ante la ley); (5) jamás Inglaterra ofreció a las poblaciones colonizadas una posibilidad de incorporación como partes ultramarinas del Reino Unido o de enviar parlamentarios a Westminster. Sobre el indirect rule británico, v. Franz Ansprenger, The Dissolution of the Colonial Empires, Londres: Routledge, 1989, pp. 62ss. En particular la política inglesa en el Hindostán de dividir para reinar --apuntalando el poder local de majestades y altezas feudalmente subordinadas al gobernador británico y azuzando a unas comunidades contra otras-- la cuenta Edward Thomson en The Making of the Indian Princes, Oxford U.P., 1943.


[NOTA 18]

Ésta fue tal vez la peor de todas, conduciendo al asesinato de Lumumba, el descuartizamiento del Congo, la tiranía de Mobutu --impuesto por la repetida intervención armada belga, francesa y norteamericana-- y la guerra tribal en Ruanda y en Burundi.


[NOTA 19]

Para no hablar ya de la alemana, que consistió en un despojo a manos de sus rivales. Un caso aparte lo constituyen la descolonización portuguesa y la española (ésta de miniatura igual que la colonización).


[NOTA 20]

Para tener un cuadro completo del crimen de esa descolonización, habría que añadir las intervenciones violentas por las cuales las potencias coloniales (o, si se quiere, ex-coloniales) destruían los movimientos populares adversos a sus intereses y orquestaban golpes de estado militares para derribar a los gobernantes no merecedores de su confianza. Si luego se ha dicho que las naciones recién emancipadas no han sabido gestionar bien su independencia --sino que se han hundido en la corrupción y el desgobierno--, habrá que replicar cómo se efectuó esa independencia, quiénes quedaron instalados en el poder por los colonialistas y cómo han tratado éstos a los gobernantes que han intentado seguir un rumbo honesto. Ahí están los asesinatos de Patricio Lumumba, Amílcar Lopes Cabral, Tomás Sankara y Marien N'Gouabi así como las muertes en presidio de Moshú Abiola y Modibo Keïta.


[NOTA 21]

Roots. The Saga of an American Family.


[NOTA 22]

Tal es la tesis defendida en su libro Les traites négrières: essai d'histoire globale por Olivier Pétré-Grenouilleau (Gallimard, 2004), que se ha ganado un resonante éxito en los medios de comunicación del país vecino, incluso ante las cámaras de televisión, usualmente poco interesadas por temas históricos. El historiador franco-congoleño Elikia M'bokolo ofrece interesantes argumentos a favor de la tesis de que la trata transtalántica fue incomparable, mientras que la transahariana, que pronto declinó, jamás pudo alcanzar dimensiones equiparables. (V. http://www.monde-diplomatique.fr/1998/04/M_BOKOLO/10269).


[NOTA 23]

El partido demócrata en los EE.UU. fue calificado de «partido proesclavista» por su oposición a la emancipación de los negros decretada por el Presidente Abraham Lincoln. El partido conservador inglés es una continuación del viejo partido Tory, ya gobernante durante el mayor esplendor de la trata.


[NOTA 24]

No estoy proponiendo que la reparación sea así de modesta; digo que, aunque lo fuera, sus efectos serían enormes.


[NOTA 25]

Esa exclusión de los extranjeros es sólo la de su exclusión como colectividad a título de dominio conjunto del territorio, no la exclusión de actos individuales de viaje y radicación. Los birmanos tienen derecho a que los malayos no se adueñen de Birmania, mas de ahí no se sigue que tengan derecho a prohibir la inmigración individual de malayos. Sin embargo el malayo que viaja a Birmania está obligado a respetar las leyes birmanas.


[NOTA 26]

No me pronuncio sobre cuán grande sea esa parte, ni siquiera sé si podría calcularse. Puede que sea indeterminable.


[NOTA 27]

Me pregunto si, las más veces, no sería mejor una ayuda incondicional, porque las garantías y los condicionamientos suelen tener un efecto perverso, ya sea por estar hábilmente redactadas por quienes conceden la ayuda, ya sea otras causas.


[NOTA 28]

Se me puede objetar que esa ayuda se otorgó a Estados democráticos. No es eso lo que explica su eficacia. Las ayudas recibidas en España por el régimen totalitario (protocolo Franco-Perón, primero, y luego ayuda americana, en los años cincuenta --aun siendo ésta escasísima--) no beneficiaron sólo a los potentados del régimen o a sus paniaguados, sino indirectamente a todos los españoles.


[NOTA 29]

Sobre las relaciones Norte/Sur y el diálogo entre países ricos y pobres, v. Daniel Colard, Les relations internationales de 1945 à nos jours, París: Armand Colin, 1999, 8ª ed., pp. 257ss.


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Estudios Republicanos:

Contribución a la filosofía política y jurídica

por Lorenzo Peña
ISBN: 978-84-96780-53-8
México/Madrid: Mayo de 2009
Plaza y Valdés