Consideraciones sobre la filosofía de Nietzsche

por Lorenzo Peña

En su libro La filosofía de Nietzsche (Madrid: Alianza, 1966, trad. por Andrés Sánchez Pascual), Eugen Fink nos presenta una imagen lo más favorable que puede de las ideas del autor del Zaratustra; mas no deja por ello de exponer, con honestidad, aspectos esenciales del pensamiento nietzscheano que resultan incompatibles con cualesquiera de las doctrinas aceptadas en el ámbito de la ética, no sólo las mayoritarias sino también las que se atreven a profesar unas u otras minorías audaces.

Recuerda Fink (p. 178) que las ideas de Nietzsche en el terreno axiológico vienen expuestas, principalmente, en sus obras Más allá del bien y del mal, La genealogía de la moral, El ocaso de los ídolos, El Anticristo y Ecce Homo, pertenecientes sobre todo a sus años maduros. Ahí (pp. 180-181) «fulmina Nietzsche [al cristianismo] con una ardiente elocuencia llena de odio». Ve en éste, igual que en el budismo, religiones de los dolientes, de los débiles, plasmaciones de la moral de los esclavos (pp. 182-183): «ésta se halla impregnada por el instinto de venganza contra la vida superior; quiere igualar todas las cosas; censura la excepción como algo contrario a la moral; glorifica lo que hace soportable la vida a los pobres, a los enfermos y a los débiles de espíritu: la gran hermandad de todos los hombres, el amor al prójimo, la apacibilidad». «[L]a moral noble es creadora, implantadora de valores; en cambio, la moral de esclavos encuentra los valores ante sí». El cristianismo es la rebelión de los esclavos orientales contra sus señores occidentales; es el espíritu de Oriente, de los miserables, de los de abajo.

Amplía así tales ideas (p. 186): «La distinción entre moral de señores y moral de esclavos existe desde tiempos inmemoriales. [...] Los señores, los nobles, los fuertes, los ricos de vida, la élite, los guerreros, la aristocracia [...] [tienen] la valoración propia del superhombre». La esclavitud del esclavo es anemia, pobreza de instintos, falta de fuerzas y de savia. Por eso es esclavo; porque merece serlo.

Para Nietzsche (p. 189) el cristianismo hereda de la religión mosaica una inversión de los valores, según la cual «los únicos buenos son los miserables, los pobres, los impotentes, los inferiores, los que sufren, los abstinentes, los enfermos, los deformes»; trátase de un «movimiento radicalmente plebeyo» de resentimiento, que invoca la condición de «los bajos e injuriados, de los despreciables, miserables y agobiados y de aquellos que tienen un corazón infantil y puro», exaltando la mansedumbre y la dulzura, disfraces del genio del odio, de la inteligencia rencorosa (p. 197). Por eso añade: «Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única gran corrupción interior, el único gran instinto de venganza, para combatir el cual ningún medio es bastante venenoso, oculto, subterráneo, pequeño». El cristianismo es platonismo para el pueblo.

He releído este libro en 2011 junto con el de Enrique Lichtenberger, La filosofía de Nietzsche (Madrid: Daniel Jorro, 1910, trad. J. Elías Matheu) que me acercó a Nietzsche en mi mocedad (o, mejor dicho, me alejó de él definitivamente), encontrando la misma lectura de los textos del pensador germánico.

Cito algunos párrafos (pp. 141ss): «El segundo de los grandes tipos de moral, la moral del esclavo, del débil, del vencido es enteramente distinta. Si el sentimiento que domina en los dueños es el orgullo, la alegría de vivir, el débil, al contrario, tendrá una tendencia pesimista a desconfiar de la vida[...] Atentos y deferentes entre sí, olvidan los dueños toda ley en cuanto se encuentran frente al extraño. Se indemnizan en él de la coacción que se imponen en sus relaciones con sus iguales. Contra el extraño todo está permitido -- la violencia, el asesinato, el tormento, la tortura; contra él los nobles se convierten en fieras soberbias y atroces; y vuelven de sus sangrientas cabalgatas, alegres, tranquila la conciencia, persuadidos de haber realizado gloriosas hazañas, dignas de ser cantadas por los poetas. Igualmente son para sus víctimas monstruos odiosos y terribles. La audacia de las razas nobles, loca, absurda, súbita en sus manifestaciones, lo inesperado, lo inverosímil de sus empresas ... su indiferencia y su desprecio para la seguridad, la vida, el bienestar, su espantosa serenidad de ánimo, su alegría profunda en la destrucción, la victoria y la crueldad -- todo se resume para las víctimas de sus empresas en la imagen del bárbaro, del enemigo perverso, del godo o del vándalo por ejemplo. [...] [Para el débil el bien] comprenderá todas esas virtudes despreciadas por los amos que hacen menos dura la existencia a los oprimidos, a los que sufren: la piedad, la dulzura, la paciencia, el ingenio, la humildad, la benevolencia; el `bueno', que era el guerrero terrible y fuerte en la moral de los amos, es, en la de los esclavos, el hombre pacífico y apacible [...]»

«Su misión [la de quien profesa esa moral de los esclavos] consiste, en primer lugar, en defender el rebaño de los débiles contra los fuertes. En este concepto será enemigo declarado de los amos; contra ellos debe usar sin escrúpulo de todos los medios, en particular de las armas de los débiles: la astucia y la mentira; [...] maneja diestramente el resentimiento, [...] previene catástrofes disciplinando a la multitud de los degenerados»; una plasmación de lo cual es el (pseudo)valor de «la buena muerte, la muerte que aleja de todo sufrimiento, asilo de paz, refugio inviolable de todos los desgraciados» (p. 147).

«Lo que llama Nietzsche `la rebelión de los esclavos' en moral [...] [subvierte] la ecuación de los valores aristocráticos (bueno=noble=poderoso=bello=feliz=querido de los dioses)», reprochándoles ser «crueles, sensuales, insaciables» y profetizándoles ser eternamente desgraciados, malditos, réprobos.

Para Nietzsche esa moral cristiana de los esclavos se ha plasmado, en su tiempo, en el socialismo, la nueva religión de la piedad (p. 163) «que contraría la acción normal de la ley de selección que tiende a hacer desaparecer los seres mal conformados» (p. 163), protegiendo así la existencia de los degenerados.

No me cabe duda de que esos ideas de Nietzsche influirán decisivamente en España en autores como José Ortega y Gasset (La España invertebrada, La rebelión de las masas) y Agustín de Foxá (Madrid de corte a checa).

Lo que todavía hoy me sigue sorprendiendo es la recepción positiva de Nietzsche en ciertos círculos acreditados como «de izquierda» (una razón más para desconfiar de esa huera clasificación). No me refiero sólo a Jack London y a José Carlos Mariátegui, sino a una pléyade de jóvenes o ex-jóvenes que, descontentos con las visiones del mundo imperantes, han esgrimido, como supuesta arma de emancipación ideológica, las ideas de Friedrich Nietzsche, cual lo hiciera Mussolini en su etapa socialista.

Las explicaciones quedarán para otra ocasión. Ahora voy a reproducir lo que escribía yo en una memoria académica de 1985.


fragmento extraído de la
Memoria de oposición
presentada concursar a dos plazas de profesor titular de Metafísica
resp. Universidad Autónoma de Madrid (como candidato alternativo al Dr. Ángel Gabilonzo Pujol, diciembre de 1985)
y Universidad de Valencia (como candidato alternativo al Dr. Manuel Vázquez García, junio de 1986)

PROGRAMA DE LA ASIGNATURA
«TEOLOGíA FILOSOFICA (TEODICEA)»


El ateísmo absoluto de Nietzsche
  1. El eterno retorno: eternidad de lo que sucede en cada instante y exclusión de todo progreso y de todo sentido histórico: la irreducibilidad del evento particular a orden alguno que lo rebase. El universo como caos y el rechazo de todo orden, sentido o estructura racional o inteligible en el mundo.

  2. La voluntad de poder como fuerza vital suprema y domeñante y como valor máximo. La valentía de vivir con jubiloso goce del riesgo mismo de la vida: sentido de la fidelidad a la tierra, sentimiento audaz y brioso de las aristocracias sanguinarias y guerreras que, en el frenesí de un alborozado y atroz baño de sangre, y por el uso de la tortura, subyugan y explotan en provecho propio a las razas inferiores, llevando a un extremo de impetuosa acometividad la violencia, el dolor y la alegría, emborrachándose en su propia y risueña implacabilidad.

  3. El superhombre como exaltación y plasmación suma de la vida en su más violenta y desbordante autoafirmación de poderío, de embriagadora francachela de sangre y terror; vida mortal, pues asume, alegre y despreciativamente impávida, el riesgo y la certeza de muerte, prefiriendo la gesta gloriosa y cruel a la mediocre y duradera felicidad: triunfo final del hombre de los instintos más virulentamente agresivos y del egoísmo sin límites, de la aristocracia, sobre el pedestal de la canalla rebañera.

  4. Gnoseología: la verdad pragmática y relativa.
  5. La muerte de Dios como componente de esa marcha al triunfo del superhombre. Dios como amparo de los débiles y oprimidos rencorosos, que descorazona a los poderosos y valientes y, en cambio, alienta a los fracasados, a los desheredados, a los miserables resentidos, hostiles a la vida y al poder, para hacer fuerza de su propia y cobarde debilidad.

  6. Los atributos metafísicos de Dios como plasmación de los ideales miedosos del vulgo, de los esclavos, de quienes se atemorizan ante la vida con su vertiginosa brutalidad y la ley del más fuerte: el atributo de la inmutabilidad como exaltación del abyecto ideal de seguridad y tranquilidad, del intento de escapar al caótico torrente vital del devenir, al bello tumulto de la vida; el atributo de la simplicidad como señuelo con el que quieren librarse los débiles de la turbulenta trama del combate encarnizado de todas las cosas.

  7. Los atributos morales de Dios como producto del resentimiento y broquel de los pobres, afligidos y envidiosos en su despreciable anhelo de resarcimiento y venganza.

  8. Dios, equipado con esa doble serie de atributos, como insurreccional estandarte de los mozos de cuerda, de los vencidos e impotentes llorosos que, por la astucia, la prudencia, el tesón y el disimulo, gracias a su superioridad numérica y mediante la carcoma moral de la sensiblería humanitaria, formada por sus pseudovalores de humildad, solidaridad, indulgencia, igualdad y compasión, corroen primero y subvierten después el poder de los amos, hasta que acaba imponiéndose esa chusma gregaria que, con su Dios, logra que el ser no sea y el no-ser sea, que no valga el valor (la insaciable ansia de poder, el orgullo y altivez sin limites, el choque violento, el dar rienda suelta al impulso salvaje y al ímpetu egoísta y agresivo sin freno ni escrúpulo), valiendo en su lugar el no-valor, o sea: el desinterés, la libertad y la felicidad, la morigeración, el respeto y el amor al otro, la paz, la dulzura de carácter, la mansedumbre, la amabilidad, la equidad.

  9. Abre así el triunfo transitorio de ese vil populacho una época de fosco nihilismo y de ocaso, la sociedad igualitaria, mezquinamente feliz, del «último hombre».

  10. Al destruirse tal sociedad, al matarse a Dios, prodúcese primero el entenebrecimiento completo por cuanto se apaga esa pálida fosforescencia teística de la plebe, mas ábrese así la marcha estremecedora a la fulgurante victoria del puñado de elegidos: aquellos que son, por naturaleza, victoriosos: la casta belicosa y carnicera de los dueños, erigida en superhombre.

  11. La muerte de Dios habrá sido, pues, muerte de la muerte, derrota del no-ser, reentronización del ser y del exuberante, espléndido y avasallador poderío de la fuerza vital en su más vigorosa y despiadada dureza.