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sábado, 5 de enero de 2013

Don Norberto Cuesta Dutari

En mi viaje a los años setenta he escrito hasta ahora sobre lugares y sobre costumbres. Pero, en el fondo, no es eso lo que más ha cambiado en estos cuarenta años. Salamanca, a pesar de todos los cambios, sigue siendo reconocible. Y las costumbres, a fin de cuentas, no son más que variaciones temporales de una forma muy salmantina de ver la vida, una forma que tiene manifestaciones diversas en diversas épocas. Lo que más ha cambiado, creo yo, es la gente. Alguna gente que en los setenta se paseaba por las calles de Salamanca y que cuarenta años más tarde ya no lo hace. Gente que ha dejado un hueco.

Una de esas personas es Don Norberto Cuesta Dutari, o simplemente Don Norberto, como lo llamábamos sus alumnos.

La Facultad de Matemáticas había sido creada a principios de los años setenta y ocupaba parte del ala este del entonces recién estrenado edificio de Ciencias. El equipo docente estaba compuesto por una serie de jóvenes catedráticos (Pedro Luis García Pérez, Cristóbal García-Loygorri) y profesores (Jaime Muñoz Masqué, José Miguel Pacheco Castelao, por ejemplo) en torno a Juan Bautista Sancho Guimerá, que tendría entonces unos 45 años. En 1974-75 había, incluso, un par de alumnos de los cursos superiores que daban clases de prácticas (uno de ellos, Daniel Hernández Ruipérez, el actual rector). Y, además, estaba Don Norberto.

Don Norberto era diferente. Nacido en 1908, era veinte años mayor que Sancho Guimerá, treinta que García Pérez y García Loygorri, y cuarenta que Pacheco. Un hombre de otra generación, que en una Universidad ya dominada por los jerséis seguía vistiendo de traje (García Pérez era el único que usaba regularmente corbata, pero prefería conjuntos deportivos, estilo profesor británico, a los trajes clásicos de Don Norberto). Y, además, usaba pajarita, cuyo nudo hacía en ocasiones delante de nosotros, sus alumnos, mientras explicaba la lección del día.

De una manera natural, a Don Norberto se le trataba siempre de usted (desde luego, nosotros; imagino que también sus colegas). Y se le recibía en pie y en silencio. No tengo ninguna duda de que si se hubiera encontrado a alguien sentado a su llegada, habría dado media vuelta y se hubiera ido sin dar clase.

Era un hombre de otra época. En una primera aproximación, de esa época entre las dos guerras que su atuendo sugería. Una época en la que Alemania, más que Estados Unidos, era el principal centro científico (una época que rememora En busca de Klingsor, la conocida novela de Jorge Volpi, alumno, por cierto, de la Universidad de Salamanca). Una época en la que era necesario leer alemán para estar al tanto de lo que se publicaba (él lo hacía). Una época en la que parte de la mejor matemática se hacía en países próximos a Alemania, como la Polonia de sus admirados Sierpinski y Kuratowski.

Y ni siquiera estoy seguro de que Don Norberto hubiera estado a gusto viviendo eternamente en el mundo de los años treinta, porque, como ocurría en Midnight in Paris, es probable que también entonces Don Norberto se hubiera sentido un hombre "de otra época". Porque Don Norberto, a pesar de sus pajarita, era en realidad un hombre del Renacimiento, un hombre con intereses variados, algunos de ellos muy alejados de las matemáticas.

Don Norberto presumía de que en los viejos tiempos, cuando las Facultades de Ciencias y Letras compartían el viejo caserón de Anaya, los colegas de Letras decían de él que era uno de los pocos profesores de Ciencias con los que se podía hablar. Y es que dominaba el latín. Y es que era un experto en los conceptistas del siglo XVII, en particular en su admirado Baltasar Gracián. Una obra suya, "Para un texto más correcto del Criticón", sigue citándose en los estudios que aún hoy se publican actualmente sobre este tema.

Don Norberto fue también un heterodoxo, una de esas moscas cojoneras que siempre se las arreglan para estar en oposición a la línea mayoritaria. Y yo diría que tanto por temperamento como convicción. En lo profesional, era el último superviviente de una matemática en vías de extinción (o, al menos, de marginalización), rodeado (como en la aldea gala de Astérix) por los representantes de la nueva matemática que llegaba. En lo personal, era un rebelde ante muchos convencionalismos, incluida la ortografía de nuestra lengua (no tienen desperdicio las notas y comentarios de su obra clave, la Sinfonía del Infinito). En lo político, consiguió "no ser de aquí ni ser de allá": fue concejal del Ayuntamiento de Salamanca durante el franquismo, pero también dejó siempre clara su profunda antipatía por los Estados Unidos, para él tan malos como la URSS (una de sus frases era que el mundo sería mejor el día en que los Estados Unidos se convirtieran en Estados Desunidos, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la Desunión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).

Don Norberto no creó escuela, probablemente porque era irrepetible. Con el tiempo, cuando los jóvenes de entonces han ido peinando canas, Don Norberto se ha convertido en uno de los símbolos de una época pasada y, para nuestras generaciones, entrañable. Uno de aquellos profesores jóvenes, el hoy catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria José Miguel Pacheco ha hecho un esfuerzo muy importante por rescatar su memoria y por presentarnos a Don Norberto como el gran matemático, como el destacadísimo intelectual que siempre fue. A pesar de que el mundo de Don Norberto se reducía a una pequeña ciudad de provincias.

Una ciudad cuyas instituciones tampoco lo han olvidado. Una pequeña calle peatonal, entre los Maristas y el Ambulatorio, lleva hoy su nombre.

Para saber más sobre Don Norberto, sugiero la lectura de algunas obras del Profesor Pacheco Castelao. Por ejemplo: