Revue roumaine de linguistique
Tome XXXIV -- Nº 6
Bucarest -- Novembre-Décembre 1989
Pp. 531-554
ISSN: 0035-3957
Sección 1.- Consideraciones introductorias
Resulta difícil, en teoría sintáctica, encontrar argumentos decisivos a favor o en contra de un análisis determinado. La lingüística no constituye ninguna excepción a un rasgo general de la ciencia que es la subdeterminación de las teorías con respecto a la evidencia disponible. Ningún cúmulo de datos, por grande y variado que sea, permite zanjar a favor de una teoría --ni siquiera en contra de una teoría-- más que presuponiéndose siempre algunos principios y algunas reglas de inferencia que generalmente no vienen expresamente incluidos en la teoría en cuestión.
Ante esta situación de la subdeterminación con respecto a la evidencia disponible, ha predominado en la tradición de las corrientes estructuralistas en lingüística, desde Saussure, una tendencia a practicar unas normas metodológicas que posibiliten, ya que no eliminar, al menos sí reducir considerablemente los márgenes de subdeterminación. Para ello, se procede a deslindar campos, aplicando estrictas dicotomías, con neta discreción; si es la glosemática de Hjelmslev la que más ha llevado eso a sus últimas consecuencias, no debe ocultársele a nadie que la tónica es general, y que en mayor o menor grado preside el trabajo de los diversos estructuralismos. (Mas, como en seguida veremos, la medida es, a veces, menor, bastante menor.) Esos pulcros y tajantes distingos entre sustancia y forma, entre contenido y expresión, entre [por supuesto] lengua y habla, conducen a una prescripción metodológica: no es pertinente para tratar problemas de un ámbito aducir consideraciones sobre hechos de aquel otro ámbito que quede al otro lado de la raya o frontera trazada; así, p.ej., no cabe aducir hechos de habla para determinar hechos de lengua, ni consideraciones semánticas a favor de tesis de análisis sintáctico.
Las indudables ventajas de esa prescripción son las de permitir un mayor rigor, una depuración de los argumentos pertinentes para tratar cada género de cuestiones, y así una disminución de la variedad de teorías compatibles con la evidencia disponible, en un terreno determinado. Por otro lado, sin embargo, es imposible llevar esa prescripción a su aplicación más consecuente. Porque nada significaría una supuesta «lengua» que no tuviera cosa alguna que ver con el habla. Y similarmente, nada valdría una teoría sintáctica que no pudiera engarzarse coherente y armónicamente con una semántica y una pragmática. Claro que eso de por sí no está diciendo que no puedan tratarse por separado. Pero ¿cuán por separado? Antes o después, en cada uno de esos campos han de aducirse consideraciones de los otros dos.
El problema está en si eso se hará antes o después. La tendencia de la glosemática es a que sea lo más después posible. Y en la misma dirección marchan otras escuelas estructuralistas. Mas hay alguna excepción.
En efecto, dentro de lo que, en un sentido lato, es la escuela estructuralista española, cabe hablar de dos tendencias. La una está representada, quizá en esa posición radical, por el lingüista español F.R. Adrados, para quien `todas las divisiones lingüísticas presenta[n] límites borrosos' (Adrados 69, p.318), por lo cual hay en la lengua hechos inconsistentes o contradictorios (ibid. p.17) y nada impide que se den en las estructuras de una lengua fluctuaciones, en virtud de las cuales o bien se borran fronteras entre morfemas (se paradigmatiza un sintagma) o, al revés, escíndese un morfema en dos (ibid., p.173), así como, de manera más general, puede un sintagma ser susceptible de diferentes análisis ninguno de los cuales es «el» correcto: precisamente en eso consiste la fluctuación, en que se está pasando del uno al otro, y la organización sintáctica del sintagma en cuestión se halla, entonces, en esa zona marginal de la frontera borroza o difusa. La gran ventaja de un enfoque como el de Adrados es que difumina la frontera entre sincronía y diacronía --no por ganas de difuminar, sino por un sentido de fidelidad a la realidad de la lengua, en la que toda sincronía es diacrónica, o sea: está experimentando un proceso de cambio que se está dejando sentir en fluctuaciones, situaciones borrosas y contradictorias. La otra tendencia está representada, también en su forma más radical, por el formalismo de la Escuela de Copenhague, el cual evita el recurso a ese tipo de aparentes titubeos o soluciones eclécticas mediante sus pulcros distingos entre sustancia y forma (tanto de la expresión como del contenido).NOTA 1
Claro que la división de tendencias que acabo de señalar no es siempre tajante. El propio Adrados, aunque a mi juicio ha desarrollado en bastantes puntos unos análisis que van claramente en esa dirección de una lingüística difusa, no ha completado ese proyecto, y en mucho de lo que ha escrito se atiene a la orientación discretista, aunque siempre flexibilizándola. Sus ideas de lingüística difusa y continua son, de momento, más programáticas que indicativas de unos resultados. No obstante, la dualidad de tendencias me parece bastante clara.
En el presente artículo planteo algunos problemas metodológicos relacionados con la mencionada dualidad de tendencias a propósito de una función sintáctica precisa, la de atribución. Mi propósito aquí es doble. Por un lado (Secc. 5ª) brindar una propuesta semántica sobre la atribución, función que pienso puede jugar un papel importante como gozne de toda una concepción lingüística, aunque hasta ahora pocos autores le hayan concedido protagonismo. Por otro lado (Secc. 4ª) entrar en consideraciones metodológicas sobre la relación entre sintaxis, semántica y ontología que me parecen requeridas para percatarse de cuál es el terreno idóneo para las argumentaciones a favor o en contra de unas u otras tesis en el anáisis sintáctico. Pero antes (Seccs. 1ª, 2ª, 3ª) tomaré como punto de partida de mis consideraciones sobre ambos temas un reciente y brillante trabajo de uno de los lingüistas más destacados de la escuela «formalista» en España, Salvador Gutiérrez Ordóñez.
Sección 2.- La teoría de Gutiérrez Ordóñez sobre la atribución
El libro de Gutiérrez Ordóñez Variaciones sobre la atribución, (Gutiérrez, 86), constituye no sólo una valiosa aportación al estudio de la temática indicada en el título (en el sentido que en seguida voy a explicitar) sino, además, un trabajo que ayuda a plantearse importantes cuestiones de metodología de la lingüística. Adhiérese Gutiérrez a la segunda de las líneas más arriba indicadas.NOTA 2 Y en tal adhesión está la raíz, a mi juicio, de aquello que he encontrado de criticable en el libro. Debe empero quedar claro que Gutiérrez no intenta en este libro desarrollar ni sustentar ninguna teoría general de la lingüística, sino más bien ceñirse al tema monográfico que en él aborda; sus presuposiciones doctrinales y metodológicas hay que irlas entresacando --y, por otra parte, Gutiérrez evidentemente trata de guardar alguna libertad respecto de las mismas, de suerte que nunca vengan a impedir captar los fenómenos lingüísticos o a embotar la atención ante ellos (riesgo que inevitablemente entraña toda pauta metodológica, y quizá lo mejor que uno puede hacer es meramente atenerse a él y cargar con las consecuencias de la opción que uno haya adoptado).
Tal como la define Gutiérrez (p.25), la atribución es la relación sintáctica que se establece entre tres funtivos, a saber: un tema, o base de atribución, al cual se aplica lo significado por el atributo y que siempre pertenece a la categoría nominal; `un verbo a través del cual «pasa»... la relación o que «enlaza» o «une» (en términos tradicionales) el tema (no siempre sujeto) con el atributo'; y `un atributo, que se relaciona simultáneamente con el tema y el verbo y cuya categoría es variable' (`puede ser un adjetivo, un sustantivo, ocasionalmente un adverbio').
Aclara, además (ibid.), que no `es condición indispensable que el verbo se halle en forma personal: pueden construirse con atributos también el infinitivo, el gerundio y el participio'. Veremos en la Secc. 3ª que, lejos de ser anodina, una concesión así puede que no sea tan fácil de conciliar como lo cree Gutiérrez con un principio fundamental de la concepción sintáctica subyacente --a saber: la dicotomía estricta entre nombre y verbo y el carácter no-verbal de esas formas no personales. Ya adelantando algo sobre esa discusión conviene señalar esto: para Gutiérrez Ordóñez la categoría de un sintagma viene determinada por las funciones y relaciones que contrae, estribando la pertenencia a una misma categoría por parte de dos sintagmas en su contraer las mismas funciones, criterio de lo cual es que aparezcan (que puedan aparecer) en los mismos contextos; pero una cosa es qué funciones contraiga un sintagma y otra diferente es qué complementos lleve.NOTA 3 Ahora bien, si entiendo bien ese distingo, el mismo estriba en que la pertenencia categorial de una expresión viene determinada por las relaciones o funciones exocéntricas del sintagma en el que dicha expresión desempeña el papel rector --funciones a las que Gutiérrez llama las valencias de enganche--, en tanto que dicha pertenencia no viene afectada por cuáles sean las relaciones funcionales que la expresión en cuestión puede contraer con elementos de dicho sintagma. Dificultades que yo veo a eso:
A fin de que se destaque mejor el meollo de esas consideraciones que acabo de presentar, he de recalcar que el problema se plantea únicamente por la dicotomía [requerida para que sea válido el distingo entre aquellas relaciones sintácticas que son pertinentes para determinar la pertenencia categorial de un signo y aquellas que no lo son] entre las funciones exocéntricas o valencias de enganche y las endocéntricas o funciones rectoras del núcleo de un sintagma respecto a los demás constituyentes del mismo. Si es verdadera esa dicotomía, entonces será menester decir si la relación atributiva triádica es de la una índole o de la otra, sin que quepan términos medios (que, si caben, todo ese edificio se viene abajo y hay que reemplazarlo por otro que dé cabida por principio a situaciones difusas).
Pues bien, si la relación del elemento que desempeñe la función de enlace con el tema es de índole endocéntrica [o sea si no constituye una valencia de enganche] entonces el tema deberá pertenecer al mismo sintagma que ese elemento de enlace y venir regido por él. En cambio, si es de índole exocéntrica [si sí es un valencia de enganche], entonces es una de las funciones propias de los verbos, en el sentido categorial estricto, y en ese caso, si se sostiene que los participios, infinitivos y gerundios no son verbos, en ese sentido, en absoluto, habrá que concluir que no pueden desempeñar tal función de enlace. Ahora bien, no cabe lo segundo, puesto que en incontables casos la función de enlace es desempeñada por un participio, infinitivo o gerundio (sobran los ejemplos). Mas tampoco cabe lo primero, porque entonces, precisamente, no podría desempeñar la función de enlace un participio. En efecto: (1) no podría hacerlo cuando sea intercalar (véase más adelante, Secc. 3ª) [puesto que, en, p.ej., `Cecilia, considerada guapa por los muchachos de su barrio, es fea si la miras de cerca', no figura el tema en el sintagma intercalar `considerada... barrio', ni puede catalizarse]; y (2) no podrá tampoco hacerlo en otros casos, como `La fortaleza es juzgada inexpugnable', pues aquí, o se admite que `es juzgada' es un signo, una perífrasis pasiva (cosa que rechaza Gutiérrez con la escuela alarquiana), o se ve en `juzgada' un participio en función atributiva: si lo segundo, entonces el problema está en que `inexpugnable' es un atributo que viene enlazado con el tema por `juzgada', pese a que este último signo no es rector del tema: el tema, pues, no estaría dentro del sintagma cuyo elemento rector es el elemento de enlace, contra la hipótesis general de que el tema estaría dentro de dicho sintagma (y no vale aquí recurrir a catálisis: `La fortaleza es juzgada la fortaleza inexpugnable', porque aquí el tema sigue siendo `la fortaleza' de la primera ocurrencia). Por otra parte, ni siquiera se resolvería el problema aceptando la existencia de voz pasiva perifrástica en español y, a tenor de ello, sosteniendo que `es juzgada' es el elemento de enlace; no resuelve eso el problema porque caben participios incrustados: `Madagascar fue considerado proclamado protegido por Francia'.
Por otra parte, si se dice que la relación entre el elemento de enlace y el tema es exocéntrica, es una valencia de enganche, en ciertos casos y no en otros, eso resulta extraño y ad hoc. Además, surge entonces el problema de si la relación atributiva se superpone a otro análisis y cómo se conjugan ambos. P.ej., si en `Alejandro fue proclamado dios', el participio hace de enlace entre el atributo `dios' y el tema `Alejandro', pero a su vez es el núcleo de un atributo (`proclamado dios') enlazado con `Alejandro' por medio del enlace verbal `fue', resulta que la primera de esas dos estructuras atributivas se superpone a la otra y no puede determinar la segmentación de la oración, sino que ésta viene exclusivamente dada por la atribución de más alto nivel; y, de ser así, resultaría un análisis reduplicativo, en cierto modo ocioso.
Formalmente, puede que la definición de las atributivas expuesta poco más atrás no se atenga estrictamente a los principios metodológicos que inspiran la obra de Gutiérrez, a cuyo tenor debiera uno, cuando esté haciendo sintaxis, dejar de lado toda noción semántica. Ahora bien, no está claro que esa definición no eche implícitamente mano de recursos semánticos. De esa contaminación semántica de la definición que estamos examinando de atribución parece ser indicio el uso de verbos sacados de la jerga tradicional, como `aplicarse', `pasar', `enlazar', `unir'. (Si digo que esos verbos expresan nociones semánticas --y dejando a salvo que Gutiérrez los usa sólo entrecomillados--, no lo hago como un reproche desde mi propio punto de vista, pues no creo en una sintaxis exenta de contaminación semántica --me lo impiden varias cosas, entre ellas tanto mi creencia en los bordes difusos entre las nociones pertenecientes a la una y a la otra cuanto mi convicción de que ambas han de armonizarse: vide infra, Secc. 4ª--, sino como un indicador de lo que juzgo una dificultad metodológica para el método formalista de deslindamiento estricto, dificultad que se revelaría en su inaplicabilidad rigurosa. Gutiérrez me responde que esas nociones, aunque imprecisas, son relacionales o funcionales, y no semánticas; no me resulta empero fácil entenderlas --salvo que se introduzcan como términos primitivos o que se postule que su sentido viene exhaustivamente dado por el axioma definicional en el que figuran, todo lo cual es problemático-- si no es en términos de contenido; una propuesta semántica en tal sentido haré más abajo, en la Secc. 5ª; lo que me parece es que, aun sin formularla, alguna idea semántica no alejada de ésa ha de estar subyacente a cualquier explicación o comprensión de esas nociones.)
Yo entiendo, más bien, que en la definición de Gutiérrez hay que distinguir dos hebras entrelazadas: por un lado la introducción de términos sintácticos primitivos con un axioma o postulado en cierto modo «definicional», mas puramente sintáctico-formal; por otro lado, una cortés dilucidación para neófitos, dando un rodeo por nociones de significado, y por consiguiente de contenido, pero que vale sólo a título introductorio y está destinada a ser olvidada en cuanto, gracias a ella, se haya pisado el umbral de la teoría sintáctica rigurosa. El postulado definicional sería éste (tomando como primitivas las nociones de tema, atributo y verbo --palabra ésta que juega el doble papel de mentar una función y también una categoríaNOTA 5): cuandoquiera que haya en una oración un segmento con la función de atributo habrá un segmento con la función de verbo y otro con la función de tema; a lo cual añádese un segundo postulado (pp. 25-7) que impone `concordancia en los morfemas de género y número' entre el tema y el atributo --salvo en caso de neutralización. (Por otra parte Gutiérrez señala excepciones a la presencia obligatoria del tema, en las cuales no entro aquí.) Añade Gutiérrez como marcas o indicios de esa función de atribución varios principios de conmutación, que suscitan algunos de los interrogantes metodológicos que más abajo plantearé.
En todo caso --y para cerrar ya esta sección-- hay que recalcar cuán correcta es la opción de Gutiérrez de ver en el verbo, en una oración atributiva --incluso cuando ese verbo no es copulativo--, lo que enlaza atributo y tema; opción muy de destacar frente a otra opuesta, como la de M. Luján, en (Luján, 1980), pp. 152-90, para la cual en cambio en toda atribución hay que catalizar, si no está expresado, el verbo `ser', o `estar', en forma de gerundio (`Viajo acompañado' vendría por transformación de `Viajo estando acompañado'). Gutiérrez no discute el planteamiento de M. Luján, excesivamente distante de sus supuestos y metodología propios, pero sí que discute (p. 144) otro parecido --aunque naturalmente insertado en otro transfondo-- como el de Jespersen.
Sección 3.- El problema de los ablativos absolutos y de las frases nominales
Surge para Gutiérrez una grave dificultad en el tratamiento de las «atributivas absolutas», e.d. de lo que nos podemos permitir llamar, con la gramática tradicional, ablativos absolutos. Los estudia nuestro autor con profusión (pp. 153ss). Gutiérrez, insistiendo en su concepción del participio como perteneciente `a la misma categoría funcional' que el adjetivo (p.103), señala con razón la existencia en castellano de oraciones como `Cónsul yo, nombraría ujier a Pepe' (p.154).NOTA 6 A mi modo de ver los ablativos absolutos plantean un problema serio en la teoría que estamos examinando críticamente. Por un lado, hace falta dar cuenta de las relaciones exocéntricas entre el sintagma en ablativo absoluto y el resto de la oración. Por otro lado, hay que analizar el sintagma mismo.
Con respecto a lo primero, Gutiérrez los considera aditamentos (sobre esta noción vide (Alarcos, 1972), p.117, pp.219ss; grosso modo, un aditamento es un complemento circunstancial). Estoy de acuerdo, pero sus argumentos requieren ser sopesados. He aquí esos argumentos (pp.155-6): (1º) Conmutabilidad por adverbios; respondo que sólo en tanto en cuanto sean así conmutables sendas oraciones subordinadas [aparte de que surge una dificultad metodológica aquí, pues dentro de los supuestos de la escuela formalista la conmutabilidad difícilmente es un indicio a favor de un determinado análisis sintáctico, toda vez que puede deberse a interferencias léxicas o semánticas]. (2º) Gran movilidad dentro de la secuencia; respondo con el mismo comentario. (3º) Esos segmentos del discurso no desempeñan otra función. (4º) El papel de enlace con el resto de la oración lo desempeñan en este caso factores prosódicos. A esos cuatro argumentos se aplica la misma respuesta: eso es así en la medida en que lo es también con respecto a oraciones subordinadas; e incluso a oraciones que son incisos, ya se les asigne una función «intercalar», ya se las analice como aditamentos, o como coordinadas. P.ej. compárese: `El brigadier --su ademán era firme, su mirada de fuego-- se abalanzó sobre el muchacho' frente a `El brigadier, el ademán firme, la mirada de fuego, se abalanzó sobre el muchacho'.
Pero el principal problema es el de la estructura interna. Si son construcciones atributivas, ¿cuál es la función, dentro de tales sintagmas, del participio? Si éste es enlace, entonces puede que falte atributo. Si es atributo, falta el enlace. Claro que la teoría comentada prevé tales ausencias en ciertos casos. Pero ¿por qué no reconocer que un solo y mismo elemento desempeña ahí las dos funciones de enlace y de atributo? P.ej. en `Terminada la cosecha, los aldeanos bailaron', el participio puede desempeñar las dos funciones; porque es hasta cierto punto, y en ciertos aspectos, un elemento verbal, y hasta cierto punto, y en ciertos aspectos, uno adjetival. Eso es mejor que tener que optar por sólo uno de los dos elementos en el sintagma: o sólo enlace o sólo atributo; cuando hay indicios de que hay ambos, sólo que identificados, o sea: dos funciones de un mismo constituyente, aunque sea verdad que únicamente cabe desempeñar la una hasta donde no se desempeñe la otra. Son, precisamente, fenómenos intermedios, de transición, pertenencientes a la franja difusa.
En relación con ese problema general, sin embargo, veamos qué sucede cuando el participio cumple a su vez la función de enlace con otro atributo dentro del sintagma de ablativo absoluto. Aparentemente, esos sintagmas desmienten que estas construcciones de ablativo absoluto sean siempre bimembres. De hecho, las más veces que puede construirse una oración con complemento directo («implemento» en la terminología alarquiana que usa Gutiérrez) más atributo que «califique» a (lo significado por) ese complemento directo, se puede transformar la oración en un ablativo absoluto insertado en otra oración más amplia. Ej.: `Nombraron secretario a Matías' → `Nombrado Matías secretario, empezaron las cosas a ir mal'. Si en ese ablativo absoluto no ejerce papel verbal predicativo el participio, ¿qué une entones al atributo `secretario' con el tema `Matías'? O ¿es que el atributo es `nombrado secretario'? ¿Cómo se analiza tal atributo complejo?NOTA 7
Al final de ese capítulo 6 dedicado al ablativo absoluto y construcciones afines (en las pp.198-9) se plantea Gutiérrez el problema de la frase nominal pura y cita el parecer de Hjelmslev de que hay en ella morfemas verbales extensos, señalando que tal postulación `no constituye un recurso indispensable' (p.109). A mí me parece que sí desde los supuestos de la escuela; y también veo en eso una razón para abandonar esa teoría fundamental de que en toda oración debe de haber un elemento con función verbal. ¿Por qué no pensar que en `Omnia praeclara rara' y en `Omnia praeclara rara appetenda sunt' las tres primeras palabras, comunes a ambas oraciones, constituyen en sendos casos un solo y mismo sintagma? Tal vez ese ejemplo resulte algo dudoso (hay probablemente mutación de significado: en la primera oración lo significado es el hecho de que son poco frecuentes las cosas preclaras; en la segunda, si el sujeto significa por sí solo algo, tal algo no puede ser ese hecho, sino las cosas todas que, siendo preclaras, son infrecuentes: el hecho es uno, esas cosas múltiples). Pero hay otros en los que sí resulta plausible que se trate en sendos casos del mismo sintagma y en la misma función, tanto si por sí solo constituye una oración como si es sujeto de una oración más amplia: `uiolati hospites, legati necati, socii lacessiti hanc tantam uastitatem efficiebant' (vide (Jespersen, 1924), p. 125): cercénense las cuatro últimas palabras y lo que resultará será una oración nominal con idéntico significado al del sujeto de la oración dada, un sintagma que significa el que hayan sido violados los huéspedes, matados los legados y provocados los aliados; semánticamente, no hay diferencia; ¿la hay sintácticamente? Ninguna señal formal lo indica --salvo la, invocable ad hoc como tal (o sea, con petición de principio)-- de estar incluido o no en un decurso más amplio.NOTA 8
También en castellano hay un motivo para postular oraciones (subordinadas) sin verbo: si reconocemos el carácter verbal del participio (cosa que, naturalmente, Gutiérrez se abstiene de hacer en lo tocante a las funciones de enganche del participio, que según él son las que determinan la categoría del mismo), nada nos impedirá aceptar los ablativos absolutos como oraciones subordinadas. Cuando en ellos figure un participio (pasivo) tendremos una cláusula a la vez internamente atributiva --aunque no venga el participio acompañado de un atributo--, y, sin embargo, pasiva --hasta donde sea verdadera la diferencia estructural entre unas y otras, diferencia que no impide que una misma oración sea analizable de ambas maneras, pues se trata de fenómenos fluctuantes, difusos. Cuando tengamos un adjetivo, la oración subordinada será atributiva y averbal --diremos que, en general, una oración atributiva pura puede contener o no el verbo copulativo `ser', según los casos: en casos como éstos, no lo contendrá, y el enlace será desempeñado por el adjetivo, que será también atributo. Porque en esas construcciones no parece posible catalizar una forma de `ser', contrariamente a lo que sucede en `Año de nieves, año de bienes' --aunque, de ser certera mi propuesta, tampoco será menester esa catálisis. Pero hay también otros casos de oración nominal en castellano. Examínese este período: `La vida es cruel. Verdún. Auschwitz. Hiroshima. Las Cruzadas. El hambre. La tortura'. Se dirá lo que se quiera sobre presuntas elipsis, catalizándose los verbos que uno estime conveniente. Lo más plausible, empero, es que ese período consta de las oraciones que ahí explícitamente figuran, nada más, y cada una de ellas quiere decir lo que dice; sólo que, si --como lo sugeriré en la Secc. 5ª-- es lo mismo un ente cualquiera que la existencia de ese ente, entonces cada una de esas oraciones nominales significa lo mismo que si añadiéramos al nombre que la constituye la forma personal correspondiente del (presente de indicativo del) verbo `ser' --o `existir'. Pero eso no quita en absoluto a las oraciones dadas su carácter nominal.NOTA 9 Claro que también es posible definir `oración' como aquel enunciado en el que haya verbo finito. Lo malo es que entonces será verdad meramente por definición que cada oración contiene como elemento rector un verbo finito. No me parece que la concepción con la que estoy discutiendo haga eso en el fondo, sino que lo que dice es que, para que haya enunciado, es menester algún signo enunciativo, sea éste un verbo finito u otro; con lo cual resulta [contra aquella tesis a favor de la cual estoy yo argumentando] que no podrán nunca ser idénticos un sintagma nominal y un enunciado.
Ahora bien, sacrificar el principio de que siempre el enunciado necesita tener un signo enunciativo [que, cuando el enunciado sea una oración, será un sintagma predicativo o verbal] conllevaría abandonar la tesis de Tesnière --a la que se adhiere Gutiérrez (p.160)-- de que el sujeto es una función subordinada al verbo y que `se halla en el mismo nivel jerárquico que el resto de los actantes'NOTA 10. Desde luego que tal modificación no obligaría a abandonar una concepción funcionalista de la sintaxis, pero sí algunos aspectos de la concepción funcionalista particular en la que en gran parte se mueven los desarrollos teóricos que hallamos en este libro.NOTA 11 Alternativamente, si mantenemos la necesidad de un núcleo verbal en cada oración, entonces o bien reconocemos el carácter verbal del participio (y además postulamos que en los ablativos absolutos no participiales hay elipsis de algún tipo), o bien los ablativos absolutos se quedarán en una situación algo coja. Y, si reconocemos al participio su carácter verbal, plantéase el problema de que un mismo elemento sea nominal y verbal --cosa explicable dentro de una concepción como la de Adrados, que admite grados, contradicciones, situaciones intermedias, pero inconcebible en el más rígido marco del formalismo glosemático y tendencias afines.
Sección 4.- Cuestiones metodológicas: sintaxis, semántica y ontología
Cualquiera que sea la fuerza de los argumentos presentados o discutidos en las dos secciones precedentes (y desde luego no son, ni los unos ni los otros, decisivos), lo que aquí nos importa es la cuestión metodológica: ¿hasta dónde autorizar ese tipo de argumentos? ¿Hasta dónde inferir que se da tal estructura sintáctica porque son posibles estas o aquellas transformaciones, o porque, según sea el caso, no lo son?
Así, p.ej., plantéase el problema --que aborda Gutiérrez, op. cit. pp.143ss-- de si los adjetivos (o sustantivos) indicentales desempeñan una función propia e irreducible (tesis de J.A. Martínez, quien defiende la existencia de tal «función incidental») o si, por el contrario --según reza la tesis de Gutiérrez--, el incidental es un atributo. Con gran minuciosidad va argumentando Gutiérrez a favor de su tesis. Muestra primero la aplicabilidad a los incidentales de todos los criterios para los atributos. Luego escruta atentamente los argumentos de Martínez. 1) La mera presencia de una pausa --un elemento suprasegmental-- no entraña, nos dice Gutiérrez, que deje de tratarse de la función atributiva; 2) ni tampoco el que (en español) sea mayor el número de contextos en los que son introducibles los incidentales; 3) ni es verdad que el incidental vehicule obligatoriamente contenidos circunstanciales --condicionales o causales o concesivos o temporales--, sino que de suyo sólo expresa modo (y por ello los incidentales `si no han adquirido modificación semántica desde los contenidos de tipo modal hacia otros valores, ... como la mayoría de los atributos siguen siendo sustituibles por así, ¿cómo? y como': p. 1455), pudiendo contextualmente cargarse de otro contenido --mas, precisamente porque eso sucede contextualmente, es fenómeno pragmático y no semántico, ya que consiste (p. 1505) en superponer una interpretación nueva. Bien, todo esto plantea dos problemas: 1º, ¿cómo es que se superponen varias interpretaciones sin que lo hagan varias estructuras? (y, si sí lo hacen, ¿cómo resulta eso posible?); 2º, ¿qué garantiza que, en medio de tales disparidades de interpretación, se pueda mantener la unidad de función --la atribución-- en todos esos casos?
Comienzo con este segundo problema, pues nos remite a lo que estábamos viendo más atrás, antes de iniciar el comentario a este capítulo 5. En efecto: podría uno, muy bien, ya postular con Martínez una especial función incidental, dada la distribución diferente --y, por ende, la diferencia de transformaciones posibles--, ya, alternativamente, negar que se dé unidad en esos casos, y hablar en cada caso, según cuál sea la «interpretación superponible», de una función o modal, o temporal, o causal, o condicional. Contra esta última alternativa puédese objetar que se basa sólo en consideraciones que son semánticas o incluso --diría Gutiérrez-- pragmáticas. Pero el defensor de dicha alternativa podría replicar que es incurrir en petición de principio al argüir eso, ya que para él se trataría de una diferencia sintáctica: el que se tenga un mismo formante en esos casos no constituiría prueba de identidad funcional (como el mero hecho de la presencia de la preposición `de' no es por sí prueba de que no haya diferencia funcional entre el posesivo, el subjetivo, y otros funtivos: el propio Gutiérrez dice que el `de' puede ser marca de atributivo, en p.ej. `Lo tildó de asesino', donde las dos últimas palabras juntas cumplen otra función que en `Es hijo de asesino'; y en múltiples ocasiones Alarcos y su escuela acuden a análisis en los que un formante puede servir para diversas funciones o, al revés, una función puede expresarse con formantes diversos: `a' puede indicar, según los casos, complemento o implemento, p.ej.). Así pues, si es lícito el género de argumentos por transformación a favor de la existencia y unidad estructural de oraciones atributivas (de las oraciones que contienen la función atributiva), también lo será ese mismo tipo de argumentos cuando abonen en contra de tal unidad y a favor, en cambio, de una pluralidad de funciones de las incidentales. Al fin y al cabo a primera vista no es tan obvio que --para poner el caso del latín, donde la pausa, que sepamos, no es obligada en el atributo de complementos de aditamento o de suplemento-- se dé una misma función en todos estos casos: `cui cognomen Iulo additur', `aere utuntur importato' --no es de suyo obvio que aquí haya que distinguir en latín la función atributiva de la «adyacente», e.d. del uso del adjetivo como «epíteto»--, `defendi rempublicam adulescens', `probro crudelitas Sullae est'; similarmente en `amor omnibus idem' podría perfectamente sostenerse que somos nosotros al traducir, no el latín, quienes introducimos una dualidad de interpretaciones sintácticas, distinguiendo un caso en el que `idem' es atributo de otro en el que sea adyacente --y en el segundo el supuestamente elidido verbo `est' significaría existencia: `todos tienen el mismo amor', frente a `el amor es el mismo para todos'. Numerosos análisis son posibles. Y los argumentos son similares (explotan diferencias de transformabilidad).
Sin embargo, no todos los argumentos de esa índole tienen el mismo peso. Efectivamente, mas ¿qué es aquello que confiere más peso a unos que a otros? Gutiérrez naturalmente no se plantea en su libro una cuestión así, que cae fuera de su temática. Pero nosotros sí nos la debemos plantear aquí, pues es eso lo que más queremos sacar del excelente libro que estamos comentando: que nos sirva de acicate para una reflexión metodológica. Bien, escuetamente presentada, ésta es mi propuesta: valen más aquellos argumentos de la índole señalada que más permitan lograr estos dos fines: 1) maximalizar la claridad, simplicidad y fecundidad explicativa de la teoría sintáctica; 2) optimalizar el entronque entre la misma y una teoría semántica adecuada. Téngase bien presente que una teoría semántica presupone una ontología, a menos que sea un juego en el aire. (No se me oculta que a menudo el lingüista habla de los significados de las expresiones como de pseudoalgos tales que sería lícito hablar de ellos sin necesidad de, al hacerlo, postular su realidad o existencia; otras veces incurre en inconsecuencias como las de Saussure al tratar de aclarar qué es el significado --oscilando entre una concepción realista y otra mentalista o conceptualista. Tales posiciones carecen de rigor y resultan filosóficamente insostenibles.) Así pues, para optar por un análisis estructural u otro hay que ver que el preferido sea, cæteris paribus, en su conjunto más claro, sistemático, simple y fecundo y, además, que, cæteris paribus, sea más fácil dar a partir de él una explicación de cómo se vinculan (semánticamente) los signos del idioma con la realidad --lo cual depende de cómo vea uno la realidad, de qué cosas postule uno o deje de postular. En ese sentido no comparto el principio metodológico formalista de la glosemática, sino que veo más acertado un enfoque como el de Adrados de considerar preeminente el significado (al cual enfoque se refiere Gutiérrez en la p. 93, rechazándolo, y ello con toda razón desde su propia perspectiva); pero eso dicho así tampoco es exactamente lo que estoy proponiendo: no digo que se asignen o postulen funciones sintácticas directamente en virtud del significado, sino sólo que, sin establecer ninguna prioridad tal, cotejadas dos teorías sintácticas --entre las que, por simplificar, supondremos paridad en cuanto a claridad, elegancia y fecundidad explicativa--, se opte por aquella que mejor se acople con una teoría semántica acertada; eso, valorado global, holísticamente. (Es obvio que, cæteris paribus, mejor se acoplará con una teoría semántica que postule, p.ej., una diferencia de contenido entre una relación ergativa y una relación de sujeto instrumental una teoría sintáctica que distinga entre sendas funciones sintácticas que no una que las identifique y tenga luego que acudir a diversificar la interpretación semántica meramente en virtud de factores contextuales; con otras palabras: cuanto más parecida sea la sintaxis a la semántica, más se cumplirá el segundo requisito.) (Precisamente un punto flaco del modelo generativo-transformacional en sintaxis --a lo menos en las versiones corrientes 15 años atrás, pues evidentemente el panorama ha cambiado mucho con las nuevas corrientes de estos últimos años-- era que --para decirlo con palabras de Rohrer en (Rohrer, 1978), p. 88-- tal sintaxis `sólo describe la forma material de las oraciones (su constitución) y sus relaciones mutuas, descuidando por completo el aspecto funcional'. Y el inconveniente de tal limitación es que esa sintaxis quedaba descolgada de la semántica. Es, en cambio, ventaja de una sintaxis funcionalista el poder acceder a un entronque con la semántica.)
No se me ocultan las dificultades de semejante programa metodológico: si, por un lado, la evaluación global que propugna lo hace menos ad hoc que los criterios flotantes e inconsecuentes que se suelen aplicar en la práctica y a la vez nos da una norma equilibrada --alejada por igual de una claudicante aceptación de cualquier argumento de una índole como la que veníamos discutiendo y del rechazo de entrada de todo argumento así--, logra todo eso al precio de que la norma resulte difícil de aplicar, por lo complicado de aquilatar esas cualidades de una teoría sintáctica en su conjunto. Así y todo, creo yo, es el mejor criterio como principio regulativo o desideratum. Y nos exime de seguir discutiendo caso por caso, de manera aislada, tema por tema, entre (quienes de hecho son, díganlo o no, sendos adeptos de) dos teorías sintácticas, sin tener en cuenta para nada la mayor o menor adecuación de cada teoría en su conjunto, pues tales discusiones suelen caracterizarse por argumentos demasiado ad hoc --como quizá en parte, por esa razón, lo eran los empleados en las discusiones que figuran en las secciones 2ª y 3ª del presente artículo.
Paso así a abordar el primero de los dos problemas que me había propuesto considerar: el de si puede una misma oración poseer dos estructuras diferentes. Ya sugerí que sí en el inicio del presente artículo, al dar a entender mi mayor acuerdo con un enfoque como el de Adrados. Aun si estimamos que es contradictorio eso, creo que deberemos reconocer con Adrados que hay «hechos inconsistentes» en la lengua. Tales contradicciones se dan en los terrenos fronterizos, donde y cuando ni es totalmente verdad una cosa ni es tampoco totalmente verdad su contraria; es lo que sucede en las transiciones. Podemos incluso pensar que dos teorías sintácticas, aunque sean contradictorias entre sí, pueden ser ambas parcialmente verdaderas, que es lo que sucederá cuando la lengua esté pasando de tener una estructura a tener otra, o esté oscilando entre ambas. El propio Gutiérrez --quien sin embargo, consecuente con sus supuestos, rehuye en principio cualquier contradicción, cualquier fenómeno difuso o borroso, cualquier reconocimiento de gradualidades en la lengua, postulando únicamente dualidades estrictas-- admite a veces, no obstante, al menos implícitamente, que hay grados y procesos (así: p. 123, se habla de un proceso de gramaticalización que al parecer se va dando antes de llegar a ser completo; p. 145, se sugiere, aunque no se dice a las claras, que puede haber grados de sustituibilidad de un atributo por un `así' según cuán consolidado esté el proceso de adquisición de modificación semántica; y en la p. 67 se habla de niveles más o menos bajos de aceptabilidad de oraciones; por último en la p. 206 reconoce casos de neutralización sintáctica --aunque en el enfoque aquí sugerido no sería quizá ésa la mejor conceptuación (sucede empero que, en general, Gutiérrez, como casi todos los lingüistas hoy, utiliza una notación que ya lo encamina, queriendo o sin querer, a desterrar toda gradualidad y todo borde difuso: el uso del asterisco, combinado a lo sumo con el de interrogación, para indicar agramaticalidad, cuando lo que encontramos de hecho es un continuum de grados de gramaticalidad: tiene que haber habido un momento en el que una descripción sincrónica correcta del castellano diera un grado de gramaticalidad intermedio entre el totalmente «sí» y el totalmente «no» a `temerlos-ía'). Reconsiderada a la luz de esas puntualizaciones, la controversia sobre la pasiva en castellano podría aparecer como requiriendo matizaciones más precisas que, a la vez sin embargo, rebasaran la opción tajante entre alternativas por entero excluyentes la una de la otra: puede que nuestro idioma esté atravesando todavía un proceso de paradigmaticalización de las formas pasivas.
Dije más atrás que la semántica dependía de la ontología. También depende, claro, de la sintaxis: según qué sintaxis se postule, una u otra será la semántica (no van a ser idénticas entre sí una semántica que deba enlazar un cierto contenido o significado con dos oraciones que, según el análisis sintáctico al que se asocie tal semántica, sean no dos sino una sola en dos variantes --alomórficas en distribución libre-- y otra semántica que deba enlazar a ese contenido único con dos oraciones vistas, desde otro análisis sintáctico --aquel al que se asocie esta otra semántica--, como sintácticamente heterogéneas). Semántica y sintaxis dependen una de otra, hasta el punto de que es, cæteris paribus, una buena razón para optar por una teoría semántica entre varias alternativas igualmente viables el que una de ellas se engarce con una teoría sintáctica preferida --preferida por su mayor claridad, o rigor, o sencillez, o fecundidad explicativa. Ahora bien, ¿depende la ontología de la sintaxis? Si sí puede depender, entonces estamos de algún modo en un círculo. Mi respuesta es que sí: un buen motivo para, cæteris paribus, postular, o dejar de postular, cierta entidad, o cierto tipo de entidades, es que así se simplifica --o se esclarece-- la teoría lingüística. Una buena razón para postular universales (entidades denotadas por sustantivos «abstractos», como `virtud' o `rojez') es que ello ayuda a formular una teoría semántica que a su vez se acopla mejor con una teoría sintáctica más simple. Claro está que puede haber otros motivos más fuerte, a favor, o en contra, de la existencia de universales: ése es sólo un motivo, no baladí, no desdeñable, que merece ser tenido en cuenta y sopesado.
Tal es la importancia metodológica de la observación que acabo de hacer que requiere cierto comentario. Loque estoy diciendo no es algo como lo que afirma el filósofo Gustav Bergmann, a saber que el mero uso de expresiones así o incluso de adjetivos como `rojo' nos compromete ya, queramos que no, con entidades por ellos denotadas, sin que sea menester un acto ulterior de postulación --o incluso sin que quepa ya tal acto ulterior, salvo como explicitación (y, a su juicio, en cierto modo vana, pues la postulación sería inefable); ni digo, por tanto, tampoco que sea obvia la existencia de universales ya por el mero uso del lenguaje natural, o que sea absurdo el nominalismo. No, nada de eso. Digo que una buena razón para postular universales es que con ello se facilitan la semántica directamente e indirectamente la sintaxis de la lengua natural. El mejor camino, el recto. Es curioso que algunos, ante ciertas soluciones filosóficas, «objeten» que eso sería demasiado simple. ¿Por qué no escoger la vía simple? (Una buena razón para escogerla: ese principio metodológico opera en el pensamiento humano --y quizá en el de otras especies de animales-- desde hace millones de años seguramente, y al parecer con éxito: la hipótesis que rechazara esto último se enfrascaría en una situación autorrefutadora, como lo he mostrado en otros lugares.) La ingenuidad semántica de Platón es, sencillamente, una opción por esa vía simple y directa. Y hasta ahora ningún adversario de ese llamado «realismo extremo» ha conseguido proponer una alternativa igualmente plausible, clara y que facilite tanto como ésa el engarce semántico entre realidad y lenguaje. Otro tanto cabe decir respecto de la postulación de estados de cosas o hechos para dar un tratamiento semántico a las oraciones, postulación quizá implícita en el propio Platón --y que algunos creen encontrar, seguramente sin razón, en Aristóteles-- pero que, teniendo sus primeros defensores en la baja Escolástica, es hoy preponderante en filosofía analítica (en cierto modo ya Frege, luego Wittgenstein, Russell, Chisholm, Castañeda, Plantinga, Church, Fitch, etc.) --y fuera de ella ha contado con abogados como Bolzano, durante un período Brentano, Husserl, Meinong. No cabe duda de que uno de los argumentos más fuertes a favor de una postulación así es el de facilitar con ello la semántica. Podría alguien, empero, sugerir que al semántico no le interesa la realidad de lo postulado, sino que se queda en un ficcionalismo plácido, dejándole al metafísico esas cuestiones de existencia; tal opción, ya combatida más arriba, valdría tanto como la que dijera que al fonólogo no le preocupa la realidad de los sonidos; eso es falso: una cosa es que no le toque a él un estudio acústico o articulatorio, otra que pueda poner entre paréntesis la realidad misma de esas entidades con las que trabaja; tiene precisamente que dar por supuesta tal realidad; similarmente el semántico podrá no meterse demasiado a meditar sobre qué sean los universales, o los estados de cosas, pero lo que no le es lícito hacer es decir que `la rojez' significa la rojez --un universal--, y añadir que con la declaración que acaba de hacer no se compromete en absoluto a postular la [existencia de la] rojez; porque, si es verdad eso que añade, entonces es que el uso de expresiones así en oraciones afirmativas no nos compromete ontológicamente en absoluto; y, si es cierto esto último, es que tales expresiones de ninguna manera significan entidades universales, sino que su papel semántico será otro. En resumen, es metodológicamente inapropiado y hasta irresponsable el encogerse de hombros ante la problemática ontológica si se quiere hacer semántica.
Sección 5.- Una propuesta semántica sobre la atribución
Volvamos ahora --cargados con todo lo ganado en las anteriores reflexiones-- a la discusión --aludida al comienzo de la sección precedente-- entre Martínez y Gutiérrez sobre si hay diferencia o no entre las funciones incidental y atributiva. Cabría decir esto: si juzgamos oportuno postular una relación real de atribución con una simple semántica denotacional, entonces lo mejor será, cæteris paribus, darle la razón a Gutiérrez y reconocer que las incidentales son atributivas; porque, eso sí, resulta un poco cuesta arriba --por implausible-- la postulación de una relación real de incidencia (y, por otro lado, ajustaríase menos a nuestro programa metodológico el postular una relación sintáctica de incidencia sin un correlato semántico definido y unívoco; vide infra, sin embargo). Mas ¿cómo entender la relación real de atribución? Como una relación triádica entre un ente, e (el tema real), un hecho, el de que p, y una determinación o atributo, d, cuando e está involucrado en p y un modo como lo está es teniendo como cualidad o determinación suya a d. O, dicho de otro modo: esa relación la guarda e con el hecho de que p y con la cualidad o determinación d en la medida en que sea verdad que e posee d al estar involucrado en p como lo esté. Esa relación, por consiguiente, es lo que se da entre Graco, el existir Graco (el hecho de que Graco existe) y la bondad en la medida en que sea verdadera la oración `Graco es bondadoso'; o, para poner otro ejemplo, es la relación que se da entre las tres entidades que son Sam, el que Pete haya disparado contra Sam y el morir si es verdad lo que se dice en inglés `Pete shot Sam dead' (¿Cómo está involucrado Sam en el hecho de que Pete disparó contra él? Muriendo.) Nótese que esa relación de atribución es diversa de la determinación que tenga un hecho en virtud de la cual pueda adjuntarse con verdad un cierto adverbio de manera a una oración que signifique al hecho en cuestión: ni siquiera tiene por qué coincidir el valor o grado de verdad de los dos enunciados: `Antonio rechazó orgullosamente la oferta' y `Antonio rechazó orgulloso la oferta'; la manera de rechazarla puede que sea (mucho) más, o al revés (mucho) menos, orgullosa que lo que lo que lo sea, al efectuarlo, el propio autor o agente del rechazo (presupongo que hay un sentido único común a ambos usos del adjetivo `orgulloso', a saber: la disyunción del literal y del metonímico --el cual significaría algo así como: característico de lo que se hace con orgullo--; si no, añádase a mi frase la coletilla `en sendos sentidos de la palabra'; comoquiera que sea, me parece obvio cómo pueden diferir ambas cosas al menos en grado).
Aunque, en el presente contexto, no puedo entrar en una pormenorizada discusión sobre la viabilidad o plausibilidad de esa hipótesis de trabajo, permítaseme brevemente señalar nueve puntos al respecto.
Sección 6.- Observaciones finales
Algo que Gutiérrez no parece explicar muy claramente es cómo se carga un mismo segmento en una oración de varias funciones --puesto que el funtivo de tema desempeña algún otro papel, además de ése. (Lo dice así Gutiérrez explícitamente en la p.158.) ¿No habrá también ahí superposición de estructuras, o fluctuación, o un fenómeno fronterizo o de bordes difusos de alguna índole? Por supuesto que una teoría lo suficientemente barroca, como la GB de Chomsky --quien se coupa de las oraciones aquí llamadas atributibas en (Chomsky, 1986), pp. 110ss--, u otras de esa índole, puede, quizá más fácilmente, dar cuenta de fenómenos así --reinterpretados dentro de esa teoría de un modo diverso de como lo son desde los supuestos de un funcionalismo estructuralista como el que constituye el transfondo de los planteamientos de Gutiérrez, transfondo que tiene al menos la ventaja de una mayor simplicidad. En todo caso, esa coincidencia de funciones sí hubiera merecido que se explayara el autor en una dilucidación y discusión que contribuyeran a disipar eso que a primera vista aparece como un poco enigmático. Por eso --y en espera de mejor solución--, vuelvo a sugerir aquí lo mismo que ya vengo recomendando desde el comienzo: optar por una óptica más flexible, como la de Adrados --que por cierto sólo sonará como ilógica a quienes no hayan oído hablar de las lógicas paraconsistentes y de las lógicas de lo difuso; verdad es que en general las lógicas de esa índole se construyen con lenguajes de los que se supone que, en sus respectivas estructuras, no son contradictorios ni difusos; o sea: no se aplica a la propia estructura de los lenguajes en que tales lógicas se expresan la flexibilización que ellas mismas hacen viable, lógicamente viable; pero esa limitación es meramente debida a razones de economía de pensamiento, y se da a título provisional no más. Los lógicos pueden seguir aprendiendo mucho de los lingüistas. ¿Viceversa también?
Termino, pues, con una cláusula de salvaguardia sobre la metodología de la discusión constitutiva del presente artículo. El maniqueísmo, según se sabe, polariza las cosas al extremo, pero lo de inventarse un maniqueo ha debido de ser práctica vieja --al menos a muchos se acusó de inventarse sus maniqueos, con lo que reincidían ellos mismos en un maniqueísmo; o quizá eran quienes los acusaban de eso quienes caían en algo así, o... Bueno, lamentaría yo --y más en el comentario a un libro que, constituyendo un sobresaliente aporte a la discusión sobre un tema tan básico tanto para la sintaxis cuanto para la semántica, me ha ayudado a replantearme muchos problemas de fundamentación de la lingüística-- haberme inventado un maniqueísmo glosemático que haga las barreras aún más infranqueables de lo que las hacen los adeptos efectivos de la escuela de Copenhague. Pido perdón, pues, si he endurecido las dicotomías del formalismo glosemático alarquiano más de lo ya de suyo indudablemente duras que de hecho son --facilitándome con ello las objeciones a ese planteamiento y, por contraste, la recomendación de enfoques más flexibles, más dialécticos. Si en tal error he incurrido, no ha sido adrede, sino llevado sencillamente por el deseo de entender, nada más; porque me temo que un planteamiento así, si lo hacemos susceptible de flexibilidad, venga con ello aguado y desleído, perdiendo su fisonomía propia, que se caracterizaba intransigentemente por las dicotomías estrictas y duras.NOTA 12
7.-- Referencias bibiográficas
[NOTA 1]
André Martinet, en (Martinet, 1970), expone puntos de vista afines a los de Adrados, al menos en parte. Así, su tratamiento de los sintemas, en las secciones 4.35 a 4.39, es una clara muestra de un rebasamiento del discretismo estricto. Lo revelan asertos como éste (4.39, p. 138): `lexèmes et morphèmes représentent deux pôles qui n'excluent pas l'existence d'éléments intermédiaires d'une spécificité plus considérable que celle des modalités ou des monèmes fonctionnels mais moindre que la moyenne de celle des lexèmes'. Martinet titubea sin embargo y a veces relega las situaciones difusas o intermedias a lo meramente diacrónico; vide 4.35, sub fine, p.134. Desde un enfoque metodológico como aquel que iré sugiriendo en este artículo, resultaría también difusa la frontera entre lo diacrónico y lo sincrónico.
[NOTA 2]
Salvador Gutiérrez me señala a este respecto, en correspondencia, que su posición no es idéntica en absoluto a la de la escuela de Copenhague, aunque incorpore algunos aportes de Hjelmslev, y que su planteamiento en el libro que estoy ahora comentando obedece a un postulado metodológico conveniente de deslindar en lo posible los fenómenos y problemas sintácticos, sin por ello negar la comunicación entre éstos y los semánticos. Aceptando esas salvedades, no creo que deje de ser certero el ubicar a Gutiérrez en la tendencia formalista o discretista, diferenciada de la que, representada por Adrados, abogaría al menos programáticamente por una lingüística difusa y continua, en la que habría bordes difusos entre los campos y, dentro de cada uno, bordes difusos entre las funciones, entre los elementos que estuvieran en oposición de cualquier género. En verdad toda la argumentación de Gutiérrez corrobora su rechazo de un enfoque continuista.
[NOTA 3]
Aunque esa diferencia viene claramente expuesta tanto en el libro de Gutiérrez aquí comentado cuanto en anteriores trabajos del mismo autor, he de decir que las pacientes y generosas aclaraciones de Gutiérrez, en correspondencia personal, me han ayudado mucho a entender mejor su distingo al respecto.
[NOTA 4]
Para evitar confusiones he de precisar que la afirmación de lo difuso de un predicado no es la de franjas de incertidumbre en la aplicación de ese predicado, sino la de existencia de zonas donde [hasta cierto punto] es y, sin embargo, [hasta cierto punto] no es aplicable. No sabemos si aplicar el ser par o el ser non al número de estrellas de esta galaxia, pero ni `par' ni `non' son por ello difusos. La existencia de límites borrosos lo que acarrea es que haya algo que esté a ambos lados del límite, pero, naturalmente, siendo tal que, en la medida en que esté a un lado, no esté al otro. Igualmente pasa con la pertenencia categorial. O se conciben las categorías de tal modo que una categoría sea un subconjunto del complemento de otra o no. Si no, entonces en verdad no hay categorías en sentido propio. Si sí, entonces es cuando suscita una dificultad la existencia de bordes difusos entre categorías. Tal existencia lleva a tener que usar una lógica y una teoría de conjuntos en las que quepa que algo pertenezca, en alguna medida, tanto a un conjunto como a su complemento (cosa imposible en lógica clásica y en teoría clásica de conjuntos, pero posible en una teoría de conjuntos difusos). Y no se reduce eso a la banal existencia de segmentos que indistintamente puedan pertenecer a más de una categoría; porque desde un enfoque discontinuista y formalista, cada uno de tales segmentos se divide en verdad en varios signos diferentes: `estos' adjetivo es uno y `éstos' pronombre es otro, aunque segmentalmente sean iguales: son morfos iguales de diversos morfemas. Si se aceptara que un signo pudiera pertenecer a categorías diversas, arruinaríase todo el cimiento de los desnivelamientos categoriales. Por otra parte, mi sugerencia de varios análisis aplicables a un mismo fenómeno, cada uno con verdad parcial, es diferente de aseverar meramente que, desde diversas posturas metodológicas, caben diversos análisis --una relativización de los análisis a los supuestos metodológicos. No, lo que sugiero es que, aun dentro de unos mismos supuestos de ese género, quepa una pluralidad de análisis a sabiendas de que cada uno de ellos es verdadero sólo hasta donde no lo sean los otros: con tal pluralidad se adecúa el estudioso a lo complejo y corredizo de la lengua, a la existencia de situaciones de corrimiento de un análisis a otro, fluctuaciones, casos intermedios.
[NOTA 5]
En correspondencia me hace saber Gutiérrez que se percató desde un comienzo de esa dualidad de usos de `verbo', pero que empleó así y todo el vocablo a falta de otro mejor --tras desechar, por razones obvias, un candidato alternativo como `cópula'.
[NOTA 6]
Incidentalmente, me permito apuntar que no es tal vez muy plausible el incluir a una oración así entre los ablativos absolutos, pues una `de las características de estas construcciones, ya satisfecha por los ablativos absolutos latinos y sólo incumplida en rarísimos casos, reside en la imposibilidad de que el tema de la atribución ejerza una función (especialmente la de sujeto) de la oración principal' (p.159). Examina al respecto Gutiérrez la relación entre `Sosegadas, las palomas reanudaron el vuelo' y `Sosegadas las palomas, éstas reanudaron el vuelo': la primera contiene un incidental, la segunda un ablativo absoluto. Más verosímil me parece decir que son la misma oración, o, si no, que también la segunda contiene un incidental, pues el anafórico `éstas' puede incluso faltar y es en todo caso explicable como «fenómeno de superficie»; y lo mismo sucede con la oración comentada, `Cónsul yo, nombraría ujier a Pepe', donde el formante `nombraría' no necesita ningún pronombre anafórico como sujeto en ese contexto --y quizá ni sería siquiera natural que lo llevara: sonaría forzado repetir el `yo'-- (aunque me parece muy dudoso que pueda alegarse que en la cláusula principal no ejerce función alguna el tema de atribución, e.d. `yo'). Pero, por supuesto, hay ejemplos que sí pueden ser utilizados por Gutiérrez, como --dado su rechazo, probablemente acertado, de la supuesta diferencia entre estas construcciones y las que algunos gramáticos llaman `descriptivas'-- p.ej.: `El gato, erizado el pelo, apréstose a la fuga'.
[NOTA 8]
Gutiérrez, en correspondencia, contesta a este interrogante diciendo que sí existe señal formal en el lenguaje hablado: la pausa. Y remite a R. Navas Ruiz, Ser y estar. El sistema atributivo del español, Salamanca: Almar, 1977, pp. 127ss.
[NOTA 9]
He aquí la respuesta de Salvador Gutiérrez Ordóñez a esta objeción:
Esa respuesta es, sin duda, adecuada desde ciertos supuestos; pero presenta inconvenientes teoréticos: pérdida de economía, al tener que postular no sólo una dicotomía entre oración y enunciado sino también prosodemas melódicos y, peor que eso, modos enunciativos. (En lenguajes formales surgen problemas similares. Recuérdense las vicisitudes del signo de aseveración de Frege.) Son un tanto complejas --y quedarán para ser expuestas en otro lugar-- las razones filosóficas que me llevan a disentir de esa propuesta --que, sin embargo, he de decirlo, encontraría una aquiescencia mayoritaria entre los filósofos, muy probablemente. Permítaseme, no más, recordar lo siguiente: un enfoque metodológico como el de Gutiérrez puede ser visto como «aristotélico»; y los aristotélicos siempre supieron esquivar las contradicciones acudiendo a oportunos distingos o dicotomías. El problema es si no resulta más natural, y más fiel a la realidad de las cosas --en este caso, a la del lenguaje--, el reconocer, al menos algunas veces, la existencia de contradicciones; obteniéndose a cambio una economía de recursos teóricos, una simplificación de la teoría global, aunque al precio de mayor complejidad en la teoría lógica.
[NOTA 10]
Cabe apuntar por cierto --y curiosamente para ser posición de una escuela que combate el logicismo en lingüística a fuer de deslindadora que es de sustancia y forma-- que esa tesis de Tesnière no es sino un avatar o un trasunto de la concepción sintáctico-semántica común de Frege y de Russell, hecha suya por los más filósofos de la lógica, pero frente a la cual yérguense lenguajes y cálculos lógicos combinatorios, en los cuales ese principio viene claramente infringido, al menos en el plano sintáctico --en el semántico, siempre se puede discutir.
[NOTA 11]
Gutiérrez Ordóñez me señala, a este respecto, que en este libro está trabajando con la concepción de que el verbo es el elemento nuclear. Cf. su artículo «¿Es necesario el concepto `oración'?», Revista Española de Lingüística 14/2 (1984).
[NOTA 12]
Agradezco a Salvador Gutiérrez Ordóñez sus pacientes y amables comentarios a una versión precedente del presente artículo, así como su gentil autorización para citar fragmentos de la correspondencia intercambiada al respecto. Acertadamente resume Gutiérrez nuestra controversia --más allá de los desacuerdos de detalle-- como girando en torno a la cuestión de la posibilidad de una lingüística de continuidad, en vez de ser de discreción. Séame, a este respecto, permitido mencionar la opinión de Solomon Marcus --expresada en el IV Congreso de Lenguajes Naturales y Lenguajes Formales, Lérida, sept. de 1988-- según la cual la continuidad, por ser más difícil de manejar con instrumentos precisos, es también más reacia al tratamiento lingüístico (el Prof. Marcus ve en eso una dificultad pragmática: la matemática de la continuidad es más difícil de adquirir que la de la discreción). Dejando de lado que yo no creo que los tratamientos matemáticos usuales de la continuidad sean suficientes --me refiero a aquellos que se elaboraron antes o independientemente de los aportes brindados por las teorías de conjuntos difusos y por la lógica difusa--, sí acepto que se da esa dificultad pragmática. Hoy una lingüística de la continuidad está en estadio de mera promesa programática. Mi opinión es que se trata de una promesa fructífera, de algo en lo que vale la pena trabajar, aunque hoy por hoy no pueda exhibir resultados comparables a los obtenidos con los métodos de la discreción.