Lorenzo Peña
Reseña de
Otto Saame, El principio de razón en Leibniz.
(Traductores: Norberto Smilg y Juan A. Nicolás.)
Barcelona: Laia, 1987. Pp. 132.
Además de exhibir esas cualidades de erudición y de respaldar abundantemente sus lecturas con oportunas referencias, la tesis de Saame es básicamente acertada. El principio de razón es, por antonomasia, la clave para entender la filosofía de Leibniz. (Digo `por antonomasia', porque no es la única clave: podría decirse que el principio de continuidad o el de perfección son igualmente claves; sólo que el de razón posee en efecto cierta primacía, aunque sólo sea por el énfasis mayor que recibe en el conjunto de la obra escrita de Leibniz; otro asunto es el de nuestras reconstrucciones; desde este último punto de vista, puede incluso que sea ventajoso conceder prioridad a cualquiera de esos otros dos principios.) No es, pues, equivocado el aserto de Saame (p. 33) de que `hay un principio núcleo de la razón que es el punto de partida para todos los demás principios leibnizianos'.
En eso como en lo demás éste es un libro equilibrado y sensato, alejado de cualquier interpretación empobrecedora o unilateral. Mas, si es verdad que todo exceso es malo, también será malo abstenerse demasiado de los excesos. Ese es, en efecto, a mi juicio, el defecto del libro. Es un tanto convencional. No sólo no propone ninguna gran novedad interpretativa sino que, más que debatir las dificultades --tanto las hermenéuticas como las sistemáticas o internas al enfoque filosófico de Leibniz--, parece preferir, si no exactamente escamotearlas, sí paliarlas con expedientes que se quedan en la superficie. Prodúcese eso reiteradas veces a lo largo del libro. Así, p.ej., existen textos leibnizianos donde se dice que el principio de razón tiene vigencia sólo en lo contingente, en las verdades de hecho; y otros donde se le otorga una validez general. Saame alega que los primeros textos se refieren exclusivamente a la formulación menos profunda del principio. Sin embargo, si es verdad que esa versión menos profunda --la de que nada se hace sin razón-- es un corolario de su formulación profunda --la de que en toda verdad el predicado está en el sujeto--, según lo dice Saame, siguiendo al propio Leibniz, entonces en cualquier ámbito para el que valga la una valdrá también la otra. Lo que pasa es que Leibniz, en eso como en tantísimas otras cosas, titubea, rectifica a medias, en una busca que no llega nunca a un resultado estable. Toca a los intérpretes, no quitarles hierro a esos titubeos, ni disimularlos o hacerlos desvanecerse por ensalmos exegéticos, sino recalcarlos para hacer ver entre qué tendencias incompatibles se debatía Leibniz. Eso es lo instructivo filosóficamente, pues es lo que nos puede llevar a un balance de esa magna empresa. Balance que se traduzca en que, en filosofía como en cualquier otro quehacer, hay que pagar el precio de las opciones de uno --o, si no, el de no optar, que será la incoherencia.
Verdad es que en su Conclusión (pp. 125ss) reconoce Saame de modo general la existencia de contradicciones en la filosofía de Leibniz (p. 126: `no hemos querido negar la existencia de contradicciones en su filosofía que acabamos de mencionar'); sólo que añade: `Además hemos visto cómo las contradicciones pierden su fuerza por el suso mediador del principio de razón'. En efecto, dos párrafos más atrás había dicho: `Estas contradicciones aparentes se pueden reconciliar mediante el comprehensivo principio de razón, como hemos explicado con detalle'. Lo malo es que no lo ha explicado con detalle, pues a menudo ni siquiera han venido expuestas netamente las dificultades, las contradicciones «aparentes». En general Saame ha escrito como si ni siquiera hubiera tal apariencia. Pero es que hasta la conclusión deja en la sombra una autocontradicción del intérprete, ya que en las frases citadas no se ve bien si a la postre Saame cree que las contradicciones de Leibniz son meramente aparentes o si, aunque sean reales, pierden su fuerza por el papel mediador del principio de razón. ¡Ni lo uno ni lo otro! Al revés, el propio principio está involucrado en las contradicciones. La solución no la da la filosofía de Leibniz. (Si alguien sostiene que sí, al menos debería decirlo más clara y tajantemente, criticando a los que han señalado las contradicciones del sistema, a quienes cita Saame en nota a pie de página.)
Las críticas que preceden no deben entenderse como subestimación del libro. Por el contrario, a pesar de esos defectos, el libro que tengo en mis manos es tan rico y tan atinado en muchas de sus observaciones que he de reiterar mi recomendación del mismo. Tiene partes que me han interesado bastante, como, en las páginas 112ss, lo que se refiere a las relaciones entre el principio de razón y el de continuidad.
La traducción suscita algunas dificultades como cualquier otra. Los traductores han optado por colocar de vez en cuando entre corchetes la palabra alemana que vierten, en ese contexto, por la expresión castellana inmediatamente precedente. En general parecen razonables su proceder y sus opciones (quizá --en lugar de la escuetísima nota al pie de la página 23-- hubiera sido de agradecer un glosario que podría indicar en qué tipos de contextos una palabra alemana viene traducida así y en cuáles asá). En cuestiones no filosóficas lo que nos brindan es, en ocasiones, una no traducción, como esta frase de la p. 70 (hay muchas así): `... escribe a Herzog Johann Friedrich von Braunschweig-Lüneburg'. (¿Por qué entonces hablar --p. 87, n. 295, p.ej.-- de una carta a la reina Sofía Carlota de Prusia y no decir `carta a Königin Sophie Charlotte von Preussen'?)
Aparte de algunas erratas (p. 8, l. 5, `onme' ha de ser `omne'; p. 14, ll. 5-6 `el por qué' ha de ser `el porqué'; p. 40, l. 15, `elije' ha de ser `elige'; p. 63, l. --6, `e' ha de ser `et'; p. 70, l. 6 `en' ha de ser `es'; p. 81, l. -3, `quea' ha de ser `quae'; p. 96, l. -2, `casualidad' ha de ser `causalidad; p. 111, n. 472, `aliques' ha de ser `aliquas'; p. 118, l. 12 `mútuamente' ha de ser `mutuamente'), es digna de elogio la edición, si bien se hubieran agradecido --como corresponde a un libro académico-- índices temático y onomástico.
Instituto de Filosofía del CSIC