Es propósito de los autores encontrar, para la lectura de los textos machadianos, claves hermenéuticas que los relacionen con tematizaciones de Walter Benjamin, Max Weber, Adorno, Apel y Habermas, en lugar de atenerse a una visión de Machado como centrado en planteamientos exclusivamente españoles. Está bien, naturalmente. Un grandísimo pensador como Machado no puede por menos de abordar problemas centrales de la visión humana del mundo situándose así sus ideas en líneas de paralelismo, cruce, convergencia o divergencia respecto a la de otros pensadores destacados. Cuando sean éstos aquellos a los que el intérprete otorgue mayor pertinencia o actualidad, bien está que nos ofrezca lecturas del pensador estudiado con relación a esos otros. Sólo que igual que con ellos cabría establecer, alternativamente, la comparación con los de otras escuelas de pensamiento. Es acaso una limitación de este libro el que eso no queda nada claro, sino que los autores parezcan dar a entender que son precisamente esos filósofos alemanes aquellos sólo con relación a los cuales hay que situar a Machado; no en virtud del horizonte de interpretación propio de quienes nos están brindando la lectura, sino por el mero tenor de la obra machadiana. Paréceme empero muy escasa la evidencia textual que aportan en ese sentido.
Voy a centrarme en el comentario de dos de los trabajos que constituyen esta colección.
En su precioso ensayo «Antonio Machado: La eternidad evanescente del tiempo recordado» ofrécenos Ana Lucas una lectura de Machado que al reseñante le parece sumamente heideggeriana (del primer Heidegger, desde luego), sin que, no obstante, Ana Lucas mencione a Heidegger; conocida es la controversia sobre el heideggerianismo del poeta andaluz. Ana Lucas prefiere, sin embargo, traer a colación a Bergson, Proust, W. Benjamin, Baudelaire. Consiguen sus consideraciones hacer saltar nuevas chispas de varios textos machadianos. Sin embargo, a pesar de todo, si Ana Lucas lleva razón al recalcar como central en Machado el tema del estar abocado a la nada --algo tan heideggeriano, sólo que en nuestro poeta más que angustia cabría una actitud de resignación melancólica--, entonces habría que insistir, más que en la proximidad a Bergson, en la lejanía respecto de él, ya que nadie ha denunciado tan enérgicamente como Bergson la idea de la nada.
La clave hermenéutica principal de Ana Lucas es la del `ir de lo uno a lo otro, en esto [poética y filosofía] como en todo lo demás' (frase del Juan de Mairena), la tensión entre los polos, la oscilación, sin que quepa ninguna síntesis que transcienda la relatividad de los dos puntos de vista que, en cada caso, se contraponen, y en los que sólo cabe irse situando en tránsito hacia el otro, hacia aquel del que se viene. Es lo que Ana Lucas llama el carácter jánico del pensamiento machadiano.
Ahora bien, el reseñante tiene a este respecto dos objeciones. La primera es que, si tal es el tenor general del pensamiento de Machado, entonces no se ve bien cómo es que cabe entender todo ese pensamiento, o mucho de él, como una reflexión de que la `vida humana es un fluir hacia la nada' (p. 36), hasta el punto de que `hace de toda su obra una meditatio mortis'. Meditación de la muerte que, según Ana Lucas, es una impresionante constatación de la pequeñez del ser y de la vida circundados por el inmenso mar de la muerte, del no-ser. No una nada sartriana que el hombre aporte con la conciencia, sino una condición humana, en la cual sólo nos queda `la plenitud instantánea del pasado en el tiempo presente' (p. 43). Así que Machado `asienta su poesía en la contingencia' (p. 59), lo mismo que hace con su filosofía. ¿No hay ahí una tensión más? Por un lado la tensión, la pendularidad, y por ende la no definitividad de elemento alguno. Frente a ello, lo definitivo de la muerte, el carácter apabullantemente anonadador de la nada. Acaso la mediación venga dada por estas palabras de Ana Lucas: `Al ciclo vital de incesantes vidas y muertes, tensión (...) que constituye la obra de Machado como una meditatio mortis, se une otro círculo vicioso, el de las limitaciones de la razón humana y su naturaleza aporética. Ambos círculos se entrecruzan y se superponen para dar constancia de la contingencia y de los límites, ...' (p. 62). Sería ésta una aporía más: el ciclo de vidas y muertes frente a lo que de irreversible tiene la aniquilación, la muerte. Mediación que no es tal.
Sin embargo, ¿no ha dicho nuestro pensador, acá o acullá, cosas que, de venir desarrolladas, sí darían lugar a otra mediación, menos aporética? Cabe aquí recordar cuanto dijo sobre una lógica poética, que entronice el principio de contradicción --no el de no-contradicción, sino el de sí-contradicción (vide p.ej. esta frase del «Cancionero apócrifo», citada en el libro aquí comentado, p. 69, por J.M. Martínez Hernández: `la lógica del (...) devenir inmóvil, del ser cambiando, o del cambio siendo'); sobre las antinomias de la realidad y su fiel reflejo en la obra de algunos de los más grandes poetas, como Gustavo Adolfo Bécquer (cf. revista Anthropos Nº 73, p. 50). De ahí que, a la vez que profiere asertos que cabe ver --según lo hace Ana Lucas-- como defensas de un relativismo de la verdad, diga también `Tu verdad, no: La verdad; la tuya, quédatela'. Quizá la clave mejor esté en una buena comprensión de esa lógica contradictoria, gracias a la cual la aporía deje de serlo y vengan transcendidos los límites.
Lo cual tiene mucho que ver con el tema del último ensayo de la colección: «De la lírica a la acción comunicativa», de Luis Martínez de Velasco, quien se afana por negar una perspectiva de transcendencia teológica en Machado, pero sin discutir en detalle las lecturas en tal sentido como la de José Mª González Ruiz. La lectura habermasiana que nos propone Martínez de Velasco está llena de interés y atractivo, pero no me han parecido convincentes sus argumentos. Aunque sí alguno de sus diagnósticos, al menos en parte; p.ej. lo referente a la naturaleza íntimamente desgarrada de la (llamada) racionalidad moderna. Sólo que lo que a Martínez de Velasco se le semeja ser un rasgo accidental o contingente que asocia, en ciertas circunstancias, el rechazo del irracionalismo a un retorno a ideas o siquiera maneras de expresarse teísticas, al reseñante le parece que es, por el contrario, un nexo profundo que cabe recusar, sin duda, mas sólo al elevadísimo costo de apencar con esos desgarramientos u otros parecidos, perdiendo cualquier foco de cohesividad y armonización racionales.