Linux vs Windows-Milennium
por Lorenzo Peña
Rebasa los propósitos que tengo en este momento averiguar qué partes de mi escrito conservan plena verdad y cuáles no. Tampoco voy a intentar actualizar el escrito introduciendo las correcciones y matizaciones procedentes, para conseguir un resultado más ajustado a la realidad de hoy. Prefiero que, por sí mismo, saque el lector las conclusiones que juzgue correctas, cotejando mis argumentos de hace tres años con las constataciones a que él haya llegado por experiencia propia.
Los párrafos que siguen no buscan, por consiguiente, puntualizar en qué aspectos concretos siga siendo válida mi argumentación de entonces, sino sólo adjuntar unas reflexiones, basadas en experiencia reciente, que puede que en parte refuercen mi argumentación, puede que en parte la rectifiquen.
Mi razonamiento se basaba en una panoplia de argumentos, de diferente índole. El principal extremo de comparación, frente al sistema Linux, era el entonces más ampliamente utilizado, Windows-95. Éste último ha sido hoy reemplazado por la casa productora, MicroSoft. En su lugar, se han sucedido ya 3 ó 4 generaciones de nuevos Windows, 98, 2000, Milennium, y no sé si más. Son de sobra conocidos los episodios del folletín judicial en que se ha visto involucrada esa empresa multinacional. No voy a entrar ahora en nada de eso, porque comentarlo exigiría un artículo especialmente dedicado al tema.
Voy a limitarme aquí a glosar algunos puntos concretos de una discusión que he encontrado recientemente en el Internet entre adeptos del Windows Milennium y partidarios del Linux.
En torno a tan apasionadas y a menudo ásperas polémicas, mis simpatías, en principio, van dirigidas a la actitud ponderada y, en cierto modo, ecléctica del director de una publicación linuxera, quien --fustigando en un reciente editorial el fanatismo-- recalcaba que no por denigrar al software propietario se es mejor defensor del Software libre (o sea, de aquel que se distribuye bajo licencias de uso como las que se practican en el mundo Linux), sino que, al revés: la defensa del software libre se hace más convincente cuando es razonable; y es razonable cuando se reconocen los méritos y los logros incluso de aquel género de producto al cual --por sus particulares condiciones legales-- estima uno que han de buscarse alternativas de software libre. No puedo estar más de acuerdo.
Lo que pasa es que, para las necesidades de muchos usuarios, no veo que se revelen provechosas las flamantes versiones del Windows --que se suceden con tan vertiginosa celeridad.
Hay quien --por escasa inclinación a los adornos, tal vez por impericia, o por un cúmulo de circunstancias-- no ha apreciado ventaja alguna con la exploración del Windows Milennium, sino que, por el contrario, se ha visto afianzado en su opción por el Linux. ¿Qué podría decirles yo, como abogado del diablo, para defender las ventajas del Windows, al menos en sus variedades más novedosas? Podría estudiar los argumentos que he hallado y brindárselos para ver si les hacen mella.
Básicamente he encontrado dos argumentos a favor del Windows Milennium y en contra del Linux; dos argumentos, que en principio son --o al menos parecen ser-- opuestos entre sí.
De las experiencias que conozco no se sigue que no haya tareas para cuya realización el Linux sea peor que el Windows Milennium. Puede que las haya, mas quien esto escribe las desconoce; no le dicen nada los nombres de tareas que ha visto aducidas al respecto, sino que todo eso le resulta ajeno y opaco.
Así que voy a limitarme a considerar el primer argumento, preguntándome si el Windows Milennium es tan fácil como nos lo pintan sus adeptos: ¿es un entorno utilizable con un tiempo de aprendizaje cero?
La personal experiencia de quien esto escribe lleva, antes bien, a esta consideración: el Windows Milennium funcionará mejor o peor cuando uno lo instale en una máquina a la que luego no añada nada. Pero hay más de un usuario que, de vez en cuando, introduce, en las máquinas que usa, nuevos ingredientes: tarjetas de sonido, módems internos o externos, tarjetas de red, tarjetas SCSI, nuevas lectoras o grabadoras de CDROM, nuevas unidades externas o internas (discos duros adicionales).
Y lo que ha visto el autor de estas líneas es que, ante tales invasiones, el Windows Milennium reacciona rehusando reconocer los elementos previamente instalados; con el resultado de que, en rigor, parece imponerse la solución de reinstalar el sistema operativo, reformateando para ello el disco duro de arranque (con sumo cuidado, eso sí, porque el Windows Milennium tiende a eliminar todas las particiones de todos los discos duros que tengan instalados otros sistemas operativos y a monopolizar la máquina para sí mismo --lo cual sólo deja de hacer cuando, armado de astucias, el usuario toma suficientes precauciones).
Así, una nueva tarjeta de sonido puede hacer que ya no funcione el controlador del Windows Milennium para la impresora o para la tarjeta vídeo, aunque aparentemente no tenga nada que ver. El Windows Milennium sólo arranca entonces en modo de prueba, lanza al «asistente», el cual, tras muchas vueltas, dice que no puede hacer nada y que el usuario ha de quitar lo que esté estorbando, que él sabrá qué es. Un usuario avezado a lo mejor acaba hallando un truco; pero lo normal será lo que he dicho: reformatear y reinstalar el sistema operativo.
A veces se consigue engañar al Windows Milennium para que acabe cargando de nuevo un controlador de dispositivo, forzándolo para ello a borrar el que tuviera ya instalado y rearrancando la computadora muchas veces. Es de esperar que la paciencia de otros usuarios no se agote tanto como la de quien esto escribe con esas reiteradas ceremonias de reiniciación.
No sé, en cambio, cuántas experiencias similares haya con el Linux; haberlas, supongo que las habrá, pero no podría dar testimonio directo de ninguna tan frustrante y exasperante. Eso sí, supongo que cada uno habla de la feria según le ha ido en ella.
Tampoco sé si un sistema como el Windows (bajo ninguna versión) da solución al problema que surge cuando se quedan obsoletos ciertos elementos de hard. Es verdad que ahora Windows tiende a lanzar automáticamente la conexión con el internet --quiera uno o no--; y, claro, una vez conectado con el Internet, puede el usuario --del Windows, del Linux o del sistema que sea-- procurarse actualizaciones de controladores de dispositivo. Para eso hay que fuñar; y el Windows no está hecho para fuñar, ni da muchas claves al usuario normal para que fuñe, ni le enseña cómo hacerlo, ni le proporciona documentación clara sobre cómo hacerlo; tal vez la casa productora juzga al mero usuario inepto para esos menesteres o le quiere ahorrar el esfuerzo de pensar.
(A este respecto, dícese incluso que --para evitar la utilización de una copia del producto en más de una máquina-- las casas de software propietario están introduciendo un mecanismo de registro obligatorio, mediante el cual el CD comprado con el programa no completaría su instalación más que al efectuarse el registro por internet, quedando asignado al usuario un número identificatorio que sería único para esa máquina y que --en los acervos de datos de la casa productora-- vendría incorporado a una ficha en la que se tuviera constancia del hard y el soft presente en esa computadora; los defensores de la privacidad han puesto el grito en el cielo y seguramente eso no se hará exactamente así.) [Nota: o tal vez sí]
Dado todo eso, creo que hay que poner en duda la tesis de la dificultad del Linux frente a la facilidad del Windows Milennium. La dificultad o facilidad son relativas. Para un niño alemán en Alemania es fácil el alemán, igual que para un niño tailandés en Tailandia lo es el tailandés. Las tareas informáticas son fáciles o difíciles según las costumbres de cada uno. Hay quien --tal vez por insuficiente acuidad visual-- carece de inclinación por los entornos gráficos; hay quien no tiene pericia para atinar en el manejo del ratón (y, careciendo acaso de habilidad, hace los movimientos demasiado deprisa o demasiado despacio, o no sabe hacer la doble pulsación del botón con un intervalo justo, sino que resulta excesivamente largo o excesivamente corto, etc; en suma no sabe manipular el utensilio con la agilidad, la destreza y la precisión requeridas). Para personas así no resultan tan atractivos ni fáciles los entornos gráficos, sean los del Windows, sean incluso los de las versiones actualmente más de moda del Linux.
Tampoco resulta fácil el Windows para aquellos (hoy seguramente minoritarios) que se iniciaron en el mundo de la informática con el DOS o con el UNIX y se acostumbraron al «prompt» o incitador (también llamado en español `inductor'). Para ellos memorizar una pequeña lista de media docena de órdenes es más fácil o más cómodo que el manejo del puntero.
Para algunos no es fácil desenvolverse en un entorno rígido que no les proporciona información para saber qué han de hacer cuando algo no funciona como estaba previsto --según suele pasar en el Windows, entre otras cosas, por la constante y rápida evolución de ese entorno, a causa de la cual, cuando uno ya sabe hacer las cosas de una manera, sale una nueva versión que lo fuerza a no seguir haciéndolas así.
Hay quien saca la conclusión de que, en tales entornos, lo mejor es no aprender nada salvo a mover el ratón y contestar a las preguntas prefabricadas del programa con alguna de las opciones estereotipadas previstas por la casa productora; y, cuando, por alguna razón, las cosas ya no marchen bien, reformatear y reinstalar. (Bueno, no sé si eso podrá seguir haciéndose en el caso de que lleguen a prosperar los planes de las casas de software propietario --a los que he aludido más arriba-- para impedir a los usuarios utilizar en más de una máquina a la vez las copias legalmente adquiridas por ellos.)
Por otro lado, a algunas personas no les parece difícil el Linux. Alegan que en un santiamén aprende uno a compilar y a instalar el software adicional que desee y que no haya encontrado en su distribución; basta con estudiar una secuencia de poquísimas órdenes (tar zxf xxxxx.tgz; cd xxxxx; configure; make; make install; ¡y ya está!). Se dispone de una amplísima documentación para despejar cualquier duda y para, inteligentemente, adaptarse a las situaciones imprevistas. No hace falta ser ningún gurú, ningún programador, ningún técnico. No siempre marcha todo sobre ruedas, pero, con una lectura de la documentación, suele uno estar capacitado para solucionar las dificultades que surjan, sin sentir la impotencia y desesperación de no saber qué hacer salvo reinstalarlo todo volviendo a empezar desde cero.
Me pregunto si el esfuerzo que requiere tal estudio es mucho mayor que el que se necesita para usar una lavadora, un lavavajillas o un radio-cassette. En cualquiera de esos casos se supone un aprendizaje mayor que meramente el de cómo pulsar un botón: hay que leerse el prospecto del aparato y enterarse de cómo configurarlo. Mas, una vez efectuada esa lectura, las operaciones son sencillas.
Una variante del argumento de la dificultad del Linux estriba en alegar los problemas de incompatibilidad de hardware. A quien esto escribe no lo ha convencido ese argumento, porque los problemas de compatibilidad se dan en cualquier caso. Ya he aludido a eso más arriba. Si Ud compra una computadora con una versión del sistema Windows, y luego inserta en su máquina una nueva tarjeta, es muy probable que esa versión ya no le dé soporte para la nueva tarjeta. Puede que consiga bajarse un driver del internet, mas ya no se trata de esa facilidad dizque total de no tener nada que hacer ni nada que aprender.
Podría incluso traer aquí a colación el testimonio de quien --habiendo adquirido tarjetas cuyo soporte oficial es sólo para Windows y que vienen del fabricante supuestamente optimizadas para el entorno de la casa Miscrosoft-- sin embargo sólo ha logrado que esas tarjetas funcionen bajo Linux. Sin duda se estaba en tales casos utilizando una versión obsoleta del Windows.
Y es que, seguramente, quienes opten por el Windows harán bien en cambiar de computadora una vez al bienio, y en hacer un esfuerzo financiero, con cada renovación, para que el nuevo equipo venga con todo lo último, hard y soft (éste, todo él, girando en torno a la última versión del Windows, que habrá dejado caducas a las precedentes).
Otra variante del argumento se centra en que hoy el usuario normal del Windows maneja un entorno perfectamente integrado, al paso que en el Linux las diversas aplicaciones van cada una por su lado, hasta el punto de que resulta incluso difícil hacer un bloque en una aplicación y recuperarlo o insertarlo en el lugar oportuno en otra; en suma, el Windows hoy ofrece una genuina ofimática integral y coherente, al paso que el Linux sólo admite una colección de programas no cohesionados que resulta difícil ensamblar e intercomunicar.
Lo que se alega en tal argumento se compagina mal con mi personal experiencia. Tal vez haya que distinguir entre quienes hoy se inicien en el manejo de la informática directamente accediendo, por vez primera, a un programa ofimático integrado de Microsoft, y quienes han llegado a usarlo a partir de una previa familiarización con otros programas --sean de correo electrónico, sean de tratamiento de texto, de grabación, de sonido, de cibernáutica, etc. Cuando uno tiene ya sus costumbres previas, es dudoso que le resulte tan atractivo o tentador o fácil renunciar a esas costumbres y volcarse al nuevo entorno integrado, el cual a lo mejor ofrece un cuadro bastante bueno de aplicaciones interrelacionadas, mas --como no puede ser de otra manera-- carecerá de tal rasgo, o de tal ventaja, de este programa concreto en esto, de aquel programa concreto en aquello, y así sucesivamente.
Por otro lado, aun el usuario novel y poco exigente que se zambulla, de entrada, en un entorno ofimático integrado y no sepa ni quiera saber, en principio, nada más, aun él, seguramente, pasado un tiempo podrá dejarse seducir por la superioridad de tal programa --no incluido en el entorno integrado-- para esta o aquella tarea en particular (sea para captación o tratamiento de imágenes, o de sonido, o de texto, administración de ficheros, explotación de un nuevo periférico, conexión con un nuevo ADP u otro adminículo, etc).
Y, por último, dudo que se requiera tan grande esfuerzo como lo pinta el argumento para enterarse de cómo pasar bloques de texto de unas aplicaciones a otras. En el entorno Linux (o, mejor dicho, en los variados y multifacéticos entornos Linux) hay muchas maneras de hacerlo, que se pueden simplificar con macros de gran sencillez.
Lo que digo no es que sea facilísimo el manejo del Linux. Tal vez nada en la vida humana es facilísimo. Lo que digo es que la corta experiencia de quien esto escribe no le permite sostener --ni siquiera a título de premisa que se conceda provisionalmente-- que el manejo del Windows sea más fácil, salvo en casos-límite y bajo supuestos casi extremos (como lo es el de adquirir en bloque el hard compacto con todo su soft preinstalado de una vez por todas, y usarlo sólo según venga éste preconfigurado del establecimiento comercial donde uno lo ha adquirido).
Así pues, todavía no he hallado objeciones a mi argumentación a favor del Linux que me hagan desecharla. Ni la corta experiencia que he tenido ni los testimonios ajenos ni los razonamientos que he encontrado me han convencido aún de la superioridad del Windows. Más bien todo lo contrario.
Sin embargo, de eso no se sigue en absoluto que disponga de algún argumento nuevo y contundente. Dudo que los haya, ni en un sentido ni en otro. Por eso, no creo que el adepto del Windows incurra en irracionalidad o que un linuxero tenga motivos para mirar a los usuarios del Windows por encima del hombro. Por tres razones:
Ver también este enlace sobre el nuevo truco de MicroSoft: Paladium (un paladio mate, según se desprende del texto).
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