Textos aquí reproducidos con críticas o referencias a la obra filosófica de
Lorenzo Peña y Gonzalo
[*]
Los informes que aquí reproduzco son dizque «peer-reviews» (obra, pues, de los así-llamados referantes, relatores, árbitros, evaluadores, informantes).
Se refieren a manuscritos míos. Casi todos ellos me dejaron un gusto amargo. Entiendo que mis ideas van contra la corriente en muchas cosas y, sobre todo, que resultan inclasificables en los casilleros usuales, lo cual desconcierta.
Estoy absolutamente seguro de que muchos de mis artículos en inglés chocaban también a los relatores por un cierto tono exótico. Por mucho que se diga que el inglés es la lingua franca de hoy --como lo era el latín en las Edades Media y Moderna--, hay enormes diferencias. El latín escolástico (o sea académico) era una lengua de alta cultura que no era hablada por ninguna población; era incoloro, neutro, técnico, genuinamente internacional. Pero el inglés no es eso: es el idioma nativo de unas poblaciones, el tercer o cuarto idioma más hablado del mundo (después del chino, el español y quizá el hindi); lo hablan los anglosajones (unos anglosajones de un modo, otros de otro) con una maestría que difícilmente pueden igualar los demás. En disciplinas muy técnicas, las diferencias pueden ser irrelevantes. En las humanísticas, son totalmente pertinentes. Un relator anglosajón difícilmente escapará a un cierto prejuicio contra textos venidos de otros horizontes lingüísticos, que inevitablemente rezumarán otro estilo de expresión y, seguramente, ciertos rasgos culturales diversos transmitidos a través de esas diferencias expresivas.
Tal aspereza puede limarse si el autor del manuscrito ha frecuentado las escuelas que hay que frecuentar, en las cuales --subliminalmente tal vez-- se imparten ciertas claves, que, invisiblemente, se deslizarán en los manuscritos para esquivar esa dificultad; p.ej. utilizar ciertos giros, no omitir ciertos ítemes bibliográficos. Todo eso es sutil. Y, por encima de todo, está el hecho de que el anonimato, el doble-ciego, es, muchas veces, una máscara. Un autor (aunque sea modesto) a quien conocen ciertos mandamases ligados a la revista tiene resortes para enviar, encapsuladamente, una firma oculta que allanará el camino.
Personalmente, sufrí varios fracasos durante los últimos 80 y primeros 90. Algunos de los manuscritos los arrinconé, pero, en la mayoría de los casos, lo que hice fue refundirlos en otros escritos (como capítulos de libros, p.ej).
En una ocasión (tratábase de la revista History and Philosophy of Logic) mi manuscrito fue, en una primera fase, condicionadamente admitido, con tal de introducir ciertos cambios; efectuadas tales alteraciones (que, en mi opinión, no mejoraban para nada el artículo), se sometió a la «revisión de un par», que resultó ser otro relator de criterio dispar al de la primera versión. De reultas de lo cual el manuscrito fue definitivamente rechazado.
Desde mediados de los años 90 no recuerdo haber sufrido ningún fracaso; cambié de táctica; en vez de enviar ingenuamente y a a ciegas, enviaba, ya fuera por invitación, ya tras un cálculo de dónde podía ser bien acogido mi manuscrito. [salvo...]
(Seguí, no obstante, produciendo un número de manuscritos no destinados directamente a publicación y que nunca he sacado tiempo para convertir en artículos publicables, porque me interesa más desarrollar y exponer mis ideas que embutir el producto en los moldes de la escritura académica de hodierna usanza, con sus notas y bibliografía «actualizada».)
Sin embargo, a pesar de que, en los últimos cuatro lustros (aproximadamente), no he vuelto a sufrir rechazos, los informes recibidos revelan las grandes reticencias de muchos relatores, que no pueden esconder una cierta irritación por mis ideas y que parecen frustrados por no sentirse capaces de recomendar el rechazo. (Quizá piensan que el Director de la revista simpatiza, al menos en parte, con las ideas del autor.)
Esos informes de «aceptar el manuscrito pero» revelan que, en disciplinas como la Filosofía y el Derecho, el «referato» es un ejercicio de censura ideológica; en unos casos, el censor no halla la fuerza suficiente para poner mordaza a las ideas que rechaza, pero, por lo menos, deja, en su informe, constancia de su disconformidad, lo cual escocerá un poco al autor, como si fuera ése el precio a pagar por una aceptación de no muy buena gana.
[salvo...]
Hubo, no obstante, una excepción: Marcelo Vásconez y yo escribimos, a fines de 2005, un artículo en inglés titulado «Vagueness or Graduality?», que fue sometido al Southern Journal of Philosophy, el cual lo rechazó en febrero de 2006. Reescrito el artículo para ajustarnos a las recomendaciones del relator de esa revista, lo sometimos al Australasian Journal of Philosophy, que lo rechazó por otros motivos --si bien nos invitaba a reescribirlo de nuevo para volverlo a someter a la misma revista; no era una aceptación condicional, sino un rechazo definitivo, sólo que con la oferta de leer gustosamente otro manuscrito que se atuviera a sus prescripciones.
Tal reelaboración no la emprendimos. Felizmente las ideas expuestas en ese ensayo las hemos desarrollado en otros trabajos y ya están publicadas. Pero esas dos revistas, al rechazar el manuscrito, no sólo se lo perdieron, sino que tal rechazo quedará en su historial como un baldón; mostraron su verdadera faz al descartar un artículo innovador, audaz, pero bien argumentado, desechándolo con reparos que ponen de relieve, más que nada, un conflicto de intereses, al recelar que se hiciera sombra, respectivamente, a lo ya publicado en un número monográfico del Southern y a los trabajos de la escuela paraconsistente australiana --a la cual, palmariamente, pertenece el autor del segundo «referato», cuya individualidad es perfectamente inferible.